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Qui estima Mallorca no la destrueix» ha sido la consigna bajo la cual se han congregado miles de personas -más de cuarenta y cinco mil según la Policía Local- en una multitudinaria marcha pacífica y reivindicativa por las calles de Palma. Esa declaración de amor a la tierra ha sido un grito colectivo en defensa de una forma de vida que preserve lo mejor de la Isla para las generaciones futuras. Algo que los convocantes creen que está muy lejos de las políticas territoriales del Govern del PP.

Desde el Consolat de Mar se consideran «imprescindibles» las obras de infraestructuras programadas para garantizar la calidad de vida de los ciudadanos de las Islas, mientras desde la otra parte la perspectiva es la contraria, pues se cree que la secular calidad de vida isleña desaparecerá bajo el asfalto.

Si en sus cuatro años de mandato el Pacte de Progrés hubiese llevado a la realidad su modelo de carreteras desdobladas, probablemente las cosas serían hoy muy distintas. Al no hacerlo, dejó vía libre para que el PP acometa su plan de autovías, con el respaldo de su mayoría absoluta en Balears, aunque no en Mallorca, donde gobierna con UM.

Sin lugar a dudas la manifestación de ayer marca un hito en la historia de las concentraciones celebradas en defensa del medio ambiente. Pero hay otras cifras que deben tenerse en cuenta: las de los electores que votaron el pasado mes de mayo al PP y los que le votarán el 14-M. Si el PP revalida sus últimos éxitos electorales, se sentirá legitimado para seguir con su política. Porque frente a los manifestantes de ayer hay otros miles que apoyan al PP y rechazan que esos planes signifiquen la destrucción de Mallorca.

Debería buscarse un punto de equilibrio y aceptar que tanto unos como otros estimen Mallorca y ninguno pretende su destrucción, aunque discrepen abiertamente en casi todo. Y aceptar que es necesario contruir o reformar algunas carreteras, incluso en forma de autovía, pero siempre de la forma más respetuosa posible con el medio ambiente.