Aunque amaneció acompañado de gotas de lluvia, el primer domingo de
primavera 2004 se comportó. Es decir, a medida que fueron avanzando
las horas, las nubes dieron paso a los claros y éstos a un cielo
azul y limpio. El frescor de las primeras luces se transformó en
ambiente templado, y a mediodía casi caluroso, lo que nos hizo
salir a dar una vuelta, a acercarnos al mar y, los más osados, a
tumbarse sobre la arena, cerca del agua, aunque respetándola
todavía, pues una cosa es la bonanza y otra zambullirse en unas
aguas que todavía se nos antojan bastante frías.
Los hubo también que optaron por efooting por el Paseo Marítimo
y frente a la Seu -o por los dos sitios a la vez-, o por la terraza
donde tomarse un refresco y leer la prensa o charlar de algunas
cosas más o menos intrascendentes, porque para qué complicarse la
vida en un día tan lindo.
Nos llamó la atención ver un grupo de caballeros, cuatro o cinco,
mirando con otros tantos catalejos en dirección al mar. ¿Voyerismo?
¡Qué va! Seguían desde es Molinar la regata que tenía lugar tres o
cuatro millas mar adentro.
Por cierto, ¿han reparado ustedes en la cantidad de adolescentes
que como tales las dejamos en el último verano y que ahora la
primavera nos las devuelve hechas unas mujercitas? Ésa, la de
descubrir la transformación humana por ley de vida, es otra de las
grandezas de esta estación del año.
Pedro Prieto
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