Palma se ha abierto al mundo del deporte en su versión más
colosal. En un escenario singular, la plaza de toros, con una
afición entregada, 10.000 espectadores de media, y con dos
mallorquines sobre la tierra batida del Coliseo Balear, Carlos Moyà
y Rafael Nadal, la eliminatoria de cuartos de final de la Copa
Davis entre España y Holanda, que finaliza hoy en la capital
mallorquina, ha acentuado la necesidad de grandes acontecimientos
que reclama el aficionado isleño. El Govern apuesta por eventos que
arrastren una cobertura mediática que justifique la inversión y,
por lo visto en el corazón de Palma durante este fin de semana, el
seguidor mallorquín le ha dado la razón.
El hecho de que el cincuenta por ciento del equipo español hable
mallorquín es un hito histórico, una hazaña sin precedentes en el
deporte local que nos obliga a vivir el presente con la intensidad
que merece. Carlos Moyà, consagrado y asentado en la élite, abrió
la puerta grande del Coliseo con el primer punto. Aclamado y
admirado, Moyà cumplió el sueño de ser profeta en su tierra y
encendió la llama de una grada volcada.
Ayer le tocó el turno a Rafael Nadal, un manacorí descarado y
ganador de sólo 17 años que ha heredado la serenidad y el físico
prodigioso de su tío Miquel Àngel y que va camino del cetro
mundial. Su alternativa quedó aplazada por la lluvia -el partido de
dobles se suspendió por las condiciones climáticas-, pero hasta
entonces había regalado a la grada la variedad de recursos que le
han convertido en el jugador revelación del circuito. A esta fiesta
le queda la guinda del triunfo, una victoria que, salvo catástrofe,
quedará sellada hoy. El examen se ha superado con nota y el foco ya
apunta a otros eventos de nivel mundial. La afición de Palma se lo
ha ganado.
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