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La Europa más desarrollada ha logrado altísimos niveles de bienestar fundamentalmente a partir de la Segunda Guerra Mundial, cuando sus grandes ciudades y regiones enteras quedaron devastadas. En España la crisis económica de los setenta y de los ochenta propició, a su vez, un salto cualitativo de algunas zonas -Bilbao, por ejemplo-, que vieron desaparecer por completo sus antiguas fuentes de riqueza. Aquí no hemos padecido situaciones de tal gravedad en tiempos recientes, de ahí que la evolución de la sociedad y del entorno se haya producido con calma y un poco de forma improvisada, sin las exigencias que impone una reconstrucción o una renovación necesaria para superar momentos de crisis.

El president del Govern, Jaume Matas, aseguró ayer que Balears precisa modernizarse y es cierto, aunque algunos puedan temer que someter a nuestras Islas a un proceso de modernización supondrá, en gran medida, equipararlas a otros lugares del mundo no sólo en lo positivo, sino también en lo negativo. Porque todos queremos transportes mejores, infraestructuras más actuales y muchos más medios para todo, pero sin que ello conlleve sacrificar nuestra forma de ser y de hacer las cosas.

Como expresó Matas, el eterno problema energético, la sanidad, la educación, la asistencia social y el transporte deben experimentar un vuelco a mejor, pero siempre con el máximo cuidado en que las actuaciones necesarias para llevarlo a cabo no perjudiquen nuestro paísaje -que, en cierta manera es también nuestro modo de vida-, la imagen de nuestros pueblos y de nuestras comarcas.

En eso insistió también el president, en la exigencia de conciliar economía y ecología, lo público y lo privado y preservar la utilización de la tierra. Algo que algunos de los países más avanzados han conseguido y que nosotros debemos también imponernos como meta. Con consenso, sin dejar fuera a nadie.