Rafael Gisbert, jefe de Derechos Ciudadanos de la Delegación del
Gobierno en Balears, ha estado durante seis meses en Irak
realizando diversas labores en el campo de la inmigración, parcela
en la que es considerado un experto. El pasado 20 de agosto, a
bordo de un «Hércules» de las Fuerzas Aéreas españolas, aterrizó en
Bagdad. «Lo primero que me llamó la atención fue que el aterrizaje
fue un tanto extraño. Era para que no nos alcanzaran posibles
misiles». Ya en tierra, se enteró de que quien debía ser su
«cicerone», el capitán de navío Manuel Martín-Oar, había muerto en
un atentado. Gisbert ha trabajado en la CPA (Autoridad Provisional
de la Coalición) y su función consistió en inspeccionar los puestos
fronterizos, recabar informes de tipo jurídico, realizar proyectos
sobre visados, dictaminar procedimientos sancionadores, formar a
oficiales iraquíes de inmigración y crear un plan de estudios. De
todo ello, se considera especialmente satisfecho de la redacción de
un tratado de colaboración entre España e Irak en formación y apoyo
jurídico en inmigración, «que quedó listo para su firma» cuando
abandonó el país, el pasado 20 de febrero.
Su trabajo en la CPA no le impidió realizar informes para el
Ministerio de Defensa español. «Creo que es la primera vez que
civiles realizan un trabajo de este tipo, ya que antes lo hacían
los militares», explica desde su despacho, situado en el sótano de
la Delegación del Gobierno. Gisbert, nacido en Alcoy pero residente
en Mallorca desde hace 18 años, ha recorrido en estos seis meses
miles de kilómetros, ya sea por aire, en helicópteros «black hawk»
del Ejército americano que realizaban vuelos rasantes para evitar
los radares, como por tierra, a bordo de «hanvees». «Allí las
distancias no se cuentan por kilómetros o millas, sino por días de
travesía, a pesar de que la red de carreteras es mucho mejor de lo
que se pueda pensar». Y es que él, que se había «empapado» de todo
cuanto había podido a través de los medios de comunicación sobre
Irak y lo que estaba ocurriendo, se dio cuenta de que toda aquella
«información» no le servía para nada. «Lo que yo he vivido tiene
poco que ver con lo que se ve por televisión. Irak no es un país
destruido. Cuando se habla de reconstrucción, se trata de
reconstrucción política, jurídica, administrativa. La mayor
destrucción se produjo en edificios oficiales y en los palacios
donde se refugiaba la Guardia de Sadam, pero en Bagdad hay cinco
universidades, los niños van a la escuela, la luz y el agua
funcionan bastante bien y claro que hay violencia, pillaje y
terrorismo, pero creo que se magnifica demasiado y que no se
muestra la realidad del día a día, a pesar de que oíamos disparos
de ametralladora y explosiones, a veces de forma continua. El
peligro existe tanto en Bagdad como en el resto del país. De todas
formas, el ciudadano iraquí es muy receptivo a todo lo español, a
pesar de que hay una minoría que genera inseguridad y ello hace que
sea necesaria una protección», explica.
Rafael ha pasado miedo, aunque es bastante esquivo al hablar de
ello. «El miedo lo coge cada uno, y yo procuraba coger el menos
posible», señala. De todas formas, a renglón seguido, este
licenciado en Derecho y graduado social, monitor de buceo y
cinturón negro de judo, que está doctorándose en Derecho
Internacional Privado, señala: «En no pocas ocasiones he
sacrificado parte de mi seguridad en pro de la misión». Rafael ha
visto de cerca la muerte; ha asistido a funerales de víctimas
iraquíes, americanas y españolas, pero él se ha dado cuenta de lo
distinto que se vive allí el dolor. «Cuando pasa una desgracia no
se habla de ello. Es parte del trabajo. Una bala perdida mató a la
hija de 8 años de mi intérprete y éste sólo me dijo: 'Ha sido la
voluntad de Alá'».
En sus trabajos de leyes, Rafael tuvo algún problema. «Irak es un
país ocupado y los países ocupantes deben aplicar las leyes del
país, salvo que la CPA diga que ésta o aquella ley no se puede
aplicar, pero lo tiene que decir», enfatiza. Siguiendo esta línea,
se granjeó la simpatía de los iraquíes.
Rafael no quiere entrar en si la ocupación fue justa o injusta y
tampoco quiere opinar sobre el papel de España bajo los gobiernos
de Aznar y Rodríguez Zapatero. Sobre el 11-M, que se produjo a las
tres semanas de su regreso, sólo dice: «Fue nuestro 11-S. Algo
horrible que no debemos olvidar».
A su regreso recibió la Cruz al Mérito Militar con distintivo
blanco y pudo reunirse de nuevo con su mujer y sus dos hijos, de 12
y 6 años, con los que hablaba cada día por teléfono. Rafael quiere
agradecer a sus compañeros de la Oficina de Extranjería el apoyo
recibido «antes, durante y después de mi ausencia, a pesar de las
circunstancias. Ellos entenderán estas palabras».
Jaime Moreda
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