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María Sabeva es la hija del embajador de Bulgaria en Bangkok. Por ser quien es, se conoce embajadas y cancillerías de medio mundo. Japón, entre otras, un país que le fascina. O Libia, «donde no tuve ningún problema, entre otras razones porque los europeos no solemos frecuentar los lugares de los árabes». Sin embargo, se ha venido a Palma a buscarse la vida. Licenciada en Literatura y Finanzas, trabaja en una inmobiliaria vendiendo casas a españoles, pues habla muy bien nuestra lengua, al igual que el inglés, -«lo que pasa es que no hay muchos residentes ingleses a los que vender un piso», dice-, búlgaro y ruso, «y entiendo el catalán y comienzo a estudiar el alemán». También ha hecho sus pinitos como modelo -talla y estilo no le faltan- y durante unas horas al día está al frente de una cafetería-restaurante.

Su padre, búlgaro, estudió en la antigua URSS la carrera de diplomático, «allí conoció a mi madre, y cuando finalizó sus estudios se casaron y regresaron a Bulgaria». De Mallorca, a la que llegó por casualidad, en unas vacaciones, pero que seguramente encontró algo en ella que le hizo quedarse, dice que le gusta prácticamente todo, pero especialmente su naturaleza y la gente. Como otras personas del Este, lamenta el concepto que, en general, se les tiene. «De mi país, las personas más o menos culta, como médicos, ingenieros y técnicos, se van a Estados Unidos. A España e Italia -reconoce a su pesar- viene gente de bajo nivel, aunque también viene gente a trabajar honradamente». Ella, por ejemplo. «¿Que por qué salen los búlgaros de mi país...? Allí hay trabajo, no mucho y encima mal remunerado, lo que hace que la vida sea muy dura. Por eso se marchan».

¿Hemos dicho que es una joven muy elegante? Porque lo es, eh. Elegante y encima viste muy bien. ¿Marcas? «Por supuesto que me gustan. Prefiero una prenda Nike que otra que no tenga marca». Eso, le digo, se llama ser una chica pija. «Y en tú caso, una pija búlgara». Se ríe. «Bueno, pues seré una pija búlgara. ¿Eso es malo?». No le molesta tampoco que la piropeen, incluso si es desde el andamio. «Un piropo simpático siempre se agradece». Lo malo es que me temo que está comprometida. «Digamos que semicomprometida», matiza. Bueno, ¿y qué? ¿No es lo mismo?

Pedro Prieto