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Nunca un sector económico con tan poco peso en el PIB ha tenido tanta importancia. Mallorca vive del turismo, pero ¿qué sería del turismo mallorquín con una Isla de campos abandonados? ¿Sería suficiente con las playas, ahora que existe un mayor interés por el turismo rural o cultural?

Por su parte, la Unión Europea pesa, y pesa mucho. No se trata de criticarla, pues sus ayudas y subvenciones han contribuido decisivamente a que muchos cultivos y ganaderías de Balears todavía subsistan. Pero las exigencias europeas son cada vez mayores y una buena parte del dinero que nos llegaba de Bruselas será desviado a los nuevos miembros de la Unión.

Los políticos se refieren siempre a la agricultura y la ganadería como «sector estratégico». Con ello quieren decir que, pese al escaso volumen económico que generan, son indispensables para conservar la calidad del paisaje, además de preservar una cultura y costumbres auténticamente mallorquinas. Sin embargo, los payeses no están demasiado de acuerdo con esta apreciación. Les gustaría mantener una actividad viable y rentable, independientemente de si sirve al turismo o no. Además, el sector terciario no se ha mostrado muy solidario con el primario. Millones y millones de turistas anuales no se han convertido en mercado habitual o permanente de nuestros productos. Sólo unos pocos establecimientos turísticos y de restauración apuestan por abastecerse de lo que produce nuestra tierra.

Por si fuera poco, la agricultura y la ganadería sufren conflictos constantemente. A la competencia de otros países que producen mucho y muy barato, se añaden los problemas propios de la actividad, principalmente los meteorológicos (sequías, inundaciones, heladas, vientos) y las enfermedades. Las «vacas locas» y la «lengua azul» han hecho mucho daño, aunque, afortunadamente, el consumo se recuperó de forma rápida.

Aun así, es encomiable la capacidad de trabajo y sacrificio del sector. En épocas no muy boyantes, numerosos payeses han actualizado su formación y han arriesgado su dinero para modernizar sus explotaciones. Han comprendido que desde la pequeñez de las Islas no se puede competir en cantidad y hay que hacerlo en calidad. Y lo han hecho, y su esfuerzo empieza a ser recompensado. Así pues, no todo es malo. Hay subsectores que no se pueden quejar. Van solos, y muy bien. Es el caso del vino, que en pocos años ha pasado de elaborarse en aquellos antiguos cellers a hacerlo en modernísimas bodegas financiadas con cuantiosas inversiones.