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Nadie habría podido adivinar hace cuatro años, cuando los socialistas españoles celebraban su 35 Congreso que a día de hoy, cuando se disponen a conmemorar el siguiente, gocen de una situación tan distinta. Hace cuatro años no había un líder en la formación, la clave era el pesimismo y la sorpresa fue el triunfo de un desconocido y joven diputado leonés que hoy es nada menos que el inquilino de La Moncloa contra el conocido y popular José Bono.

Muchas cosas han pasado en este lapso de tiempo y algunas terribles. La irrupción del terrorismo árabe en el mundo occidental, el triunfo de la derecha en Estados Unidos, la participación de España en la guerra de Irak y los atentados del 11 de marzo en Madrid han sido acontecimientos determinantes para configurar el mundo y la nación que hoy tenemos.

Tras ocho años de gobiernos populares, el país quiso dar una oportunidad a los socialistas, que han sabido ir ganándose paso a paso la confianza y las esperanzas de muchos ciudadanos. La cabeza visible de esa transformación interna que ha vivido el PSOE es José Luis Rodríguez Zapatero, pero bien es cierto que detrás de él ha habido toda una revolución interior.

El pase a un segundo plano -aunque costoso- de nombres históricos del partido, como el mismo Felipe González, permitió la entrada de caras nuevas, de nombres frescos, de esa imagen renovada que tanta falta hacía para dejar de una vez por todas enterrada en el pasado aquella infausta etapa de corrupción y malas artes.

Este fin de semana el PSOE se enfrenta a un nuevo congreso, con otro espíritu, sin duda. El optimismo y la sensación de triunfo no debe, pese a todo, llevarles al error de «morir de éxito», como le ocurrió en su día a González.