Durante las últimas décadas, el campo español ha vivido un
proceso de parcial abandono que en determinadas zonas ha supuesto
una auténtica quiebra del equilibrio territorial. Se ha venido
imponiendo la imagen de una agricultura ya caduca en su tradicional
dinámica y apta tan sólo para figurar como algo testimonial en
muchos casos, y en otros como fuente generadora de una serie
concreta de productos básicos.
Afortunadamente, hoy se empieza a extender una idea distinta, la
de que la atención a la agricultura no forma únicamente parte de un
programa general de preservación del medio ambiente, sino que es un
factor esencial del equilibrio territorial. Y no sólo eso, sino que
también es un sector que de recibir el impulso y la renovación
necesarios goza de un gran futuro a la hora de reactivar la
economía de grandes zonas de este país.
Quedan -deben quedar- atrás los tiempos en los que
contemplábamos como algo natural, lamentable pero natural, el
abandono constante de miles y miles de hectáreas de tierras de
cultivo en beneficio de otros usos que por otra parte se han
revelado a la larga menos interesantes.
Nuestra agricultura precisa, sí, de especiales cuidados. Es
necesaria la introducción en el campo de nuevas tecnologías que
hagan posible el desarrollo de todas las posibilidades que aún
tiene nuestro agro, como es igualmente necesario que cunda la idea
de que la agricultura, puesta al día, es hoy una actividad
rentable.
Si desde las distintas administraciones se presta el suficiente
apoyo a toda iniciativa sensata en este sentido, el mundo rural
dejará de ser un lugar del que huir en busca de otros destinos
laborales. Algo que, en el fondo, determinará que todos salgamos
ganando.
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