Cala d'Or, con sus paisajísticas playas entre pinos, sombreando
las tranquilas calles residenciales llenas de chalets de
inspiración ibicenca, aún recuerda la sensibilidad turística de
otra época, cuando se creó la urbanización, pionera en
Mallorca.
Es la primera imagen que perciben los clientes del acogedor
hotel Cala d'Or, primero edificado aquí en el privilegiado paraje
de Cala Petita. Desde sus terrazas se puede admirar un mar cuyo
color pugna entre el azul y el verde frente al blanco inmaculado de
sus paredes y que inspiró a célebres pintores. Un color que se ha
preservado contra las últimas tendencias como seña de identidad del
proyecto de inspiración pitiusa creado por Josep Costa hace setenta
años y realizado por el prestigioso urbanista Bellini, autor de los
jardines del hotel Formentor.
Una idea que, pese al paso del tiempo se ha mantenido en su
núcleo histórico, con sus plazas y miradores, pero desvirtuado en
su periferia como consecuencia de un crecimiento desmesurado cuya
consecuencia más visible ha sido la pérdida de un turismo antaño
lleno de «glamour» y ahora masificado en aras a una clientela
económica de origen británico que recuerda cada vez más la que
caracteriza a Magaluf. Es el camino hotelero más fácil pero a la
vez el más lamentable para los que aún creemos que el porvenir
turístico de Mallorca se inscribe en una clave de calidad acorde
con sus lugares emblemáticos.
Gabriel Alomar
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