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A la llegada de la tarde al Port de Pollença, podemos optar por dar un agradable paseo al borde del mar y bajo los pinos a través del sendero peatonal que une el centro turístico con el hotel Illa d'Or (1929) a través del encantador Passeig de Vora Mar, sin duda uno de los lugares más bellos de Mallorca. Aquí todavía restan algunas casas de la época en que Anglada Camarassa, Santiago Rusiñol o Tito Citadini quedaron cautivados por este lugar, cada vez más sometido ahora a la presión constructora de apartamentos de lujo, los cuales van sustituyendo año tras años a las señoriales villas Belle Epoque que aún ofrecen una romántica pincelada. La irrupción de la estética actual va borrando aquella atmósfera que todavía puede imaginarse a la luz del atardecer, sentados en uno de los bancos de madera inmersos, en un silencio secular.

Si aspiramos a una belleza más salvaje y casi libre de construcciones, podemos coger el coche y gozar de la inolvidable experiencia de un baño solitario a la puesta de sol en Formentor, auténtica joya paisajística del Mediterráneo, célebre entre el turismo de élite desde la apertura de su hotel en 1929 y cita de famosas personalidades del mundo del arte, la cultura y la política.

Ciertamente, en el Port de Pollença y sus alrededores, pese al crecimiento excesivo que ha experimentado desde los años 80, todavía se percibe la huella de esta peculiar elegancia de antaño en sus paseos y edificios más emblemáticos, propia de un desvanecido tiempo romántico. Asimismo, sus noches han despertado del letargo que las caracterizaba, limitadas a sus restaurantes, para transformarse en un ya abarullado desfile peatonal de turistas y residentes a lo largo de su paseo marítimo, sin parangón en la Isla hasta medianoche. De madrugada, vibran de ambiente los nuevos pubs irlandeses con música jazz en vivo en calles repletas de terrazas que rodean la plaza de la parroquia. En sus proximidades, los más jóvenes pueden elegir entre la conocida discoteca Chivas o el nuevo bar de ambiente Kudos.