La apuesta personal de la presidenta del Consell de Mallorca,
Maria Antònia Munar, de nombrar «hija adoptiva» de Mallorca a la
escritora Aurore Dupin, conocida como George Sand, es ciertamente
valiente, a tenor de las visiones enfrentadas que existen en la
Isla sobre la figura de esta escritora. En su obra más polémica,
«Un invierno en Mallorca», Sand dedicó apelativos duros y poco
elogiosos a los mallorquines, a cambio de reconocer la belleza de
la Isla.
Con estos antecedentes es lógico que la propuesta de Munar haya
levantado polémica. Sin embargo, también es cierto que, con la
perspectiva que dan casi dos siglos desde que la obra fue escrita,
es imprescindible situar tanto a George Sand como a sus textos en
el momento histórico en que estas palabras fueron escritas.
Amante de Chopin, defensora de un socialismo humanista,
luchadora en defensa de los derechos de la mujer y cercana al
republicanismo de entonces, Sand fue una mujer auténticamente
avanzada a su tiempo, que tanto criticó a la sociedad rural
francesa, anclada en estructuras casi feudales, como a la sociedad
que se encontró en Mallorca cuando la visitó, entre noviembre de
1838 y febrero de 1839.
Esta faceta de Sand, junto con la proyección internacional que
logró Mallorca gracias a su obra más controvertida, son razones más
que suficientes para que el Consell reconozca la figura de la
escritora con su nombramiento como «hija adoptiva». Es cierto que
la decisión provocará división de opiniones entre los mallorquines,
pero también es cierto que desde un punto de vista estrictamente
intelectual, más allá de caducos chovinismos, George Sand merece la
distinción que le otorgará la institución insular.
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