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La aprobación por parte del Ayuntamiento de Felanitx de unas normas subsidiarias radicalmente distintas a las previstas y divergentes en todo con respecto a la filosofía general de protección del suelo que rige en la práctica totalidad de los municipios mallorquines, estaba forzosamente llamada a generar polémica. La desmesura del plan urbanístico es tal que permitiría multiplicar por cinco la población, pasándose de los 17.000 habitantes actuales a 85.000. Realmente sorprende que en un municipio de las características del de Felanitx puedan prosperar unas modificaciones a otros planes generales que permitan, así por las buenas, urbanizar aproximadamente 1.380.000 metros cuadrados.

Dejando de lado las imperfecciones estrictamente técnicas que presentan las nuevas normas, a las que básicamente se reprocha insuficiencia de información y carencia de un estudio de impacto ambiental, es evidente que el carácter desarrollista que implican choca con la tendencia general a la mesura que, afortunadamente, parece imponerse en los últimos tiempos. La preocupación por el deterioro de nuestra tierra, la urbanización muchas veces innecesaria -se aduce ahora que ese incremento de la población que experimentaría Felanitx iría más allá de la demanda del propio mercado-, el recelo ante una especulación que sólo a unos pocos favorece, son factores que están obligados a atender quienes están hoy al frente de los municipios. Sería lamentable que en un momento en el que incluso desde el sector turístico se levantan voces que claman por la racionalización de dicha industria, los mallorquines viéramos como se desboca el sector de la construcción en aras de un supuesto beneficio que realmente lo es tan sólo para unos pocos.