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El tristemente trágico final de la crisis de la escuela de Beslán, con una cifra de muertos escalofriante entre los que hay que contar a innumerables niños, pone en evidencia una vez más las carencias de Rusia para hacer frente a situaciones dramáticas y, por descontado, el enquistamiento del problema checheno al que el presidente Vladimir Putin parece incapaz de hallar un enfoque mínimamente político. Hasta el momento, las reivindicaciones independentistas chechenas han topado siempre con la respuesta militar por parte de Moscú.

Bien es verdad que no se puede ni se debe ceder a las presiones de los terroristas, pero parece evidente, como así lo reconocía el propio Putin, que se han registrado errores importantes en la actuación de las fuerzas de seguridad. Y no es la primera vez que esto ocurre. En el recuerdo permanece vivo aún el trágico desenlace del secuestro del teatro Dubrovka en Moscú.

Aunque no debemos olvidar que los principales responsables de la masacre son los terroristas, que bajo ningún concepto pueden poner en jaque a la sociedad civil mediante el chantaje haciendo uso de un salvajismo impropio de la especie humana.

Desgraciadamente, quienes han acabado por pagar con su vida la crisis de Beslán han sido víctimas inocentes: niños, madres y padres que se disponían a iniciar el curso escolar con la normalidad de otros años.

Mucho queda por averiguar de lo que ha sucedido, incluso las conexiones internacionales de los terroristas que han acabado con la vida de casi cuatrocientas personas. Y Rusia requerirá de la colaboración de la comunidad internacional no sólo para superar el dolor de este atentado, sino además para luchar de forma eficaz contra el terror.