Seis meses han tardado en encontrarse cara a cara y con un
montón de asuntos pendientes sobre la mesa el presidente del
Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y el líder de la oposición,
Mariano Rajoy. Este tipo de reuniones suelen levantar siempre
amplias expectativas entre los comentaristas políticos, aunque casi
inevitablemente acaban por crear decepciones en idéntica medida.
Pero esta vez había posibilidades de ahondar en problemas graves,
de profundas dimensiones, en los que la ciudadanía exige cierto
esfuerzo por conseguir un consenso que beneficie a la sociedad en
general, dejando aparte partidismos y rencillas políticas. Una vez
más, no pudo ser.
La piedra más angulosa con la que este Gobierno va a tropezar
durante esta legislatura, la definición de un modelo territorial
para diseñar la España del futuro, volvió a ser el punto de
desencuentro entre dos líderes que miran el asunto desde
perspectivas divergentes. Si a Zapatero le «tiran» de las orejas
desde Catalunya, a Rajoy el partido le exige una firmenza a prueba
de bomba contra la mínima tentativa de dar una nueva forma al país,
a pesar de que todos los presidentes autonómicos -incluidos los del
PP- están de acuerdo en la necesidad de abordar esa reforma del
modelo de Estado.
El temor de Rajoy es que Zapatero no sabe lo que quiere hacer y,
ciertamente, tampoco los ciudadanos percibimos con claridad qué
propone el nuevo Ejecutivo. Así que, de entrada, discrepancias
notables en temas básicos. Ahora queda por aclarar qué es
exactamente lo que plantean unos y otros, porque el Gobierno afirma
que la Constitución sigue siendo el límite, mientras creíamos que
justamente lo polémico era abordar una reforma, aunque tímida, del
texto constitucional.
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