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Sor Ana Mateu, abadesa de las Clarisas Capuchinas de la Purissíma Concepció de la calle Jaquotot de Palma (cerca de la Rambla), nos atiende en la portería del convento después de haber asistido a la misa de las 8.30. Cuenta que está preocupada por lo que pasa cada noche junto a las puertas del mismo y en las escaleras del templo. Un grupo de jóvenes, chicos y chicas, que se ve que compran las bebidas en un bar próximo, se pasan las horas, «a veces hasta después de las tres de la madrugada», ahí, riendo, hablando en voz alta, a veces chillando, «sin dejar dormir ni a los vecinos ni a nosotras». Asegura que ha recurrido a la alcaldesa, «que es del Mallorca, como yo», a quien ha mostrado fotos de cómo queda la calle, y este año ha trasladado su protesta a la responsable de la Policía Local, Maite Jiménez, «quien a su vez lo ha notificado al policía de barrio, que ha venido y lo ha visto, pero la cosa sigue igual. Los chicos y las chicas han convertido las escaleras de la iglesia en un bar y ahí sigue a pesar de nuestras denuncias. En verano cada noche están hasta las tres o las cuatro de la madrugada, y en invierno sólo los fines de semana y vísperas de fiestas. Nos han dicho que por lo visto el problema está en que no hay policías suficientes».

Será para eso, le decimos, porque vigilando quién aparca mal para multarlo, en el Passeig Marítim por ejemplo, incluso en noches de lunes, sí que los hay. Sor Ana sonríe. Aparte de las molestias que ocasiona y de la suciedad que este «botellón» genera, Sor Ana insiste en que «tampoco nos dejan dormir, y nosotras somos monjas; no podemos levantarnos a las once de la mañana, sino que tenemos que hacerlo mucho antes, a las siete, ya que tenemos bastantes cosas que hacer a pesar de que no solemos salir del convento». Mientras tanto, y en lo que se soluciona el problema, no les queda más remedio que salir con la manguera, la lejía y la escoba cada mañana y borrar el desaguisado que les han puesto horas antes y que consta de cascotes de botellas, algunos rotos, preservativos y pintadas en los escalones y paredes, algunas como «aquí se fuman porros» o «aquí se violan niños», así como alguna que otra cruz gamada.

Dice la abadesa que alguna vez han salido para llamar la atención a los muchachos, «desde lejos, pues tenemos un poco de miedo, y nos han contestado que 'ésta es la casa de todos' y han seguido donde estaban».

Pedro Prieto