A perro flaco, todo son pulgas», dice el refrán, y aunque el
Partido Popular no está flaco -nueve millones de votos le avalan-,
lo cierto es que la pérdida del poder central ha desencadenado una
serie de acontecimientos difícilmente imaginables hace sólo unos
meses. Se han unido dos circunstancias que posibilitan esta
situación: la pérdida de las elecciones generales y el cambio en la
cúpula del partido.
Porque mientras estuvo José María Aznar al frente no se
produjeron crisis de este cariz, pero no se sabe muy bien si fue
por la rigidez con la que gobernó el partido o más bien porque
ostentaba el poder y eso, normalemente, garantiza la unidad.
Sea como fuere, el caso es que a las crisis de Valencia,
Asturias y Galicia ha venido ahora a sumarse la del PP madrileño,
que empieza a dar mucho que hablar. En parte porque todos los
analistas políticos están atentos a todo lo que se mueve y, en
parte, por la forma en la que se está produciendo la crisis: en
público y ante las cámaras, sin ningún disimulo.
La presentación de una candidatura propia a la presidencia del
PP de Madrid por parte de Alberto Ruiz Gallardón ha destapado la
caja de los truenos, encendiendo especialmente la mecha de una
Esperanza Aguirre que ya se veía reina y señora sin discusión
posible.
Lo peculiar de esta crisis, en la que se enfrentan dos formas de
ver el partido y dos fuertes personalidades -detrás de Manuel Cobo
se esconde Gallardón-, es que no se trata de eso, de poner en juego
distintas ideologías o corrientes dentro del PP, sino simplemente
de ver quién manda. Y, claro, de ver también con qué apoyos cuenta
Gallardón para dar el salto definitivo a la política con
mayúsculas, como supuesta alternativa -viable o no, todavía está
por verse- a Rajoy de cara a las elecciones generales de 2008.
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