Un grupo de empresarios de la restauración mallorquines, socios
de Restauración PIMEM, visitó la semana pasada las tierras del
Penedès y el Priorat. El objetivo no era otro que conocer de
primera mano, o mejor dicho, de primer paladar, las bodegas más
emblemáticas e importantes del Grupo Freixenet, allí donde se
elaboran los cavas más famosos del mundo. Eso sí, siempre bajo la
supervisión de Xisco Vidal, Albert Sureda y Jep Bargalló, que
ejercieron de perfectos anfitriones.
Tras llegar a Barcelona, el viaje se inició destino Falset,
localidad cercana a Reus y cuna de tres Denominaciones de Origen:
Priorat, Montsant y Siurana, esta última de aceite de oliva. Antes
de llegar a las viñas del prior, los mallorquines sintieron la
marca hispánica de Carlomagno sobre las montañas en pleno
Penedès.
Ya en Falset, esperan al grupo Judit y Gemma, dos jóvenes
enólogas responsables de las bodegas Morlanda, pequeño refugio
vinícola de paisaje rural y tradicional y enmarcado todavía en una
comarca en retroceso demográfico. Las expertas explican cómo
producen unos caldos de extraordinaria calidad, algunos de los
cuales son extraídos de cepas con más de 80 años.
El siguiente destino es ya íntegramente Sant Sadurní d'Anoia,
donde habitan, entre otras muchas, dos de las marcas más
importantes de la empresa cavista: Freixenet y Segura Viudas. Aquí
perviven 180 marcas diferentes elaboradoras de cava en un pueblo de
tan sólo 10.000 habitantes y que produce el 95% de espumoso de toda
España.
En Freixenet se alcanza un volúmen de producción de 200 millones
de botellas. De ahí que las bodegas viajen bajo tierra hasta seis
pisos de profundidad. Allí, las catacumbas del cava perviven con
sus pasadizos oscuros y fríos que conectan majestuosamente con las
últimas técnicas de almacenaje y elaboración, como los brazos
mecánicos diseñados especialmente para Freixenet y que almacenan
10.000 botellas a la hora. Sólo un tren que recorre las diferentes
dependencias del edificio permite confirmar su magnitud.
Es en Segura Viudas donde los visitantes comprueban que hasta la
técnica más sencilla es básica para llegar a la mesa con la mejor
calidad: como es el transportar las uvas hasta la bodega en cajas
pequeñas agujereadas para así evitar que empiecen a fermentar antes
de hora y afecten al producto final.
Fue un viaje corto, pero intenso, donde hubo tiempo de catar
hasta 15 caldos diferentes.
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