«Al caer el sol, en la selva reina el silencio que sólo rompen de
tanto en cuanto los aullidos de los chacales y de otros animales.
No teníamos electricidad. Yo no era aún sacerdote. Mis ratos ante
el Santísimo estaban solamente iluminados por la parpadeante
lamparilla de aceite. No podía leer ni usar un libro. Era un cara a
cara constante con Jesús Eucaristía, que se encargaba de que mis
ratos con Él me parecieran siempre cortos», recuerda el padre
Casasnovas.
Hace ahora sesenta años, José María Casasnovas llegó al
noviciado que tenían entonces los jesuitas en la localidad de
Veruela, Zaragoza.
Tras 28 años de vida misionera, que comenzó incluso antes de
ordenarse sacerdote, el padre Casasnovas no duda al señalar que el
recuerdo más grato de esos años en la India son dos sagrarios de la
selva, el primero entre la tribu Oraón del Chottanagpur.
Para el padre Casasnovas, el segundo recuerdo de esos años es
del sagrario entre la tribu Varli, situada a unos 150 kilómetros de
la ciudad de Bombay. «Fui a la capilla, también sin electricidad.
Estuve un rato largo como todas las noches. Al salir de la capilla,
al ir a cerrarla, oí desde dentro la voz de un misionero indio,
mucho mayor que yo, que me decía 'No cierres, que estoy yo aquí'.
Dicen que el ejemplo arrastra y he de confesar que el ejemplo de
estos santos misioneros con larga barba, entre gris y blanca, con
quienes compartí mis primeros años en la India, forjaron en mí no
sólo un gran amor, sino también una gran necesidad de estar un rato
con el Señor Sacramentado». Junto con el padre José Casasnovas,
también celebra este año sus bodas de diamante el padre Oristelo
Muñoz, y otros tres jesuitas celebran sus bodas de oro: el padre
Bartolomé Jofre y los hermanos Andrés Marí y José Antonio
Marzal.
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