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A George Bush padre se le escapó vivo Sadam Husein en aquella primera Guerra del Golfo que tantos problemas le trajo. Y seguramente ese error -a los americanos les encanta ponerle cara, personalizar, darle nombre y apellidos, al demonio- le costó la presidencia de Estados Unidos, que ganó un joven Bill Clinton que a muchos les hacía recordar al mítico John F. Kennedy. Ha llovido mucho desde entonces y, paradójicamente, sigue lloviendo sobre mojado en Irak, la piedra de toque de la familia Bush. De nuevo George Bush, ahora el hijo, ha caído en la trampa iraquí y aunque ha logrado capturar y encarcelar a Sadam Husein -cerrando el círculo que dejó abierto su padre-, ha dejado escapar al verdadero demonio, a ese Osama Bin Laden que todos los americanos -y muchos que no lo son- consideran el verdadero rostro del diablo.

Y es tan diabólico que ha logrado meterse en la campaña electoral estadounidense pocas horas antes de que concluyera. Hoy es martes. El primer martes después del primer lunes de noviembre. El día D. La hora H. Puede que en apenas unas horas el mundo entero sepa quién es el nuevo inquilino de la Casa Blanca, tras el recuento de votos de una de las elecciones que se presentan más reñidas de la historia americana.

El planeta entero contiene la respiración. Pocas veces un proceso electoral allá había suscitado tantos ríos de tinta y tantas tertulias acá. La mayoría coincide: hay que sacar a Bush del poder. No es que Kerry sea la panacea. En realidad poco sabemos de él. Lo importante es, ahora mismo, la alternancia. Cambiar de agenda. Y de imagen. La Vieja Europa se ha cansado del estilo «sheriff» que tanto le gusta a Bush. Habrá que ver si también sus compatriotas se han cansado o, al revés, quieren cuatro años más.