Aunque quedan todavía flecos importantes por cerrar, hay que
admitir que George Bush ha ganado las elecciones norteamericanas. Y
lo ha hecho por los pelos o por goleada, según cómo se mire. A
falta de contabilizar muchas papeletas, las cifras que arroja la
realidad son contundentes: cuatro millones de votos separan a Bush
de su rival, el demócrata John Kerry. Son muchos votos, más si
tenemos en cuenta que hace cuatro años Al Gore fue el vencedor en
cuanto a voto popular por medio millón de escrutinios, aunque se
impuso Bush al contabilizar los llamados votos electorales.
Con la herida del 11 de septiembre todavía abierta, los
norteamericanos han vuelto a confiar en un hombre que, si no ha
dado muestras de brillantez, sí las ha dado de tener agallas. Y
eso, en la mentalidad estadounidense, es algo valioso, igual que
los valores que el republicano ha ensalzado sin parar durante la
campaña y el mandato: la familia, el honor y la religión.
Ahora falta por ver cómo enfoca esta segunda legislatura, más y
mejor legitimado para gobernar. Si hasta hoy su actuación en Irak
ha sido casi suicida, habrá que temer actitudes todavía más
radicales.
Bush sabe que sólo tiene cuatro años para «hacer historia», como
dice él, y con una clara mayoría en el Congreso y en el Senado,
nadie podrá impedir que su política se radicalice a marchas
forzadas.
A los demócratas les queda la reflexión, porque los errores
cometidos les han privado de una oportunidad de oro que deben
intentar revalidar en 2008. La falta de carisma y los mensajes
ambiguos de Kerry le han costado muy caro. Quedan cuatro años para
buscar un candidato con más gancho. ¿Hillary Clinton, tal vez?
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