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Durante cinco días, disfruté en Marrakech en su más puro estado. Lugar atractivo para muchos turistas y paraíso ideal para quienes buscan otro tipo de vida, alejados del estrés de las grandes ciudades. Marrakech acoge además a algunos mallorquines, gente de Eivissa, Formentera y menorquines que por diferentes motivos y caminos se han llegado a encontrar, en la que ha sido varias veces, en su historia, capital del norte africano. La diseñadora Carol Dengra y su marido Carlos Velasco, ambos de Palma, viven desde hace tres años en Marrakech. Descubrieron Marrakech hace algunos años, cuando viajaban continuamente para comprar telas y materiales con los que trabajaban sus creaciones. Compraron un riat (vivienda de varias plantas con un patio interior y situada en el centro de Marrakech). Aquí se respira un ambiente de hogar y tranquilidad. Lo restauraron y hoy por hoy les puedo asegurar que es una maravilla de casa. Carol está embarazada y en pocas semanas la pareja vuelve a Palma para dar a luz al niño o niña, puesto que no saben el sexo del bebé. La sanidad es un tema pendiente en aquel país y con grandes deficiencias. Tanto Carol como Carlos se desenvuelven con gran destreza entre los estrechos y bulliciosos callejones del zoco. Son conocidos y muy queridos. Ella da trabajo a mujeres, que son en definitiva las más desfavorecidas en dicha sociedad. Del Port d'Andratx llegó un día Jesús Greus, quien estuvo en Marrakech 14 años antes de darse cuenta de que aquel lugar sería su nueva residencia. Hace ya cuatro años que vive allí. Realiza conferencias en las universidades. Jesús Greus confiesa que «aterrizó» un poco por culpa de su libro, «Así vivían en Al Andalus». Otras de sus obras son: «Una mallorquina junto al mar amargo» y «De soledades y desiertos». Aprendió árabe, idioma oficial, pero una minoría importante habla bereber. Por su pasado colonial, muchos marroquíes hablan francés y español. Jesús Greus destaca de los ciudadanos que son generosos, abiertos y muy alegres de carácter. «Hay pobreza y por un duro se rompen el alma». La moneda local es el dirham, que no es conversible fuera de Marruecos. Para los europeos las cosas resultan baratas pero es casi obligatorio regatear con los comerciantes. Incluso cuando se coge un taxi se ha de pactar antes un precio hasta el destino. Deben de existir unos tres o cuatro semáforos en toda la ciudad pero, ni caso. Curiosamente no hay casi accidentes, entre la multitud de motocicletas, bicicletas, camiones, carros tirados por burros y coches.

Una tarde nos reunimos los de Balears en eriat de Carlos y Carol para tomar té. Allí conocí a José María Moraleda, un joven empresario de Formentera que tiene varias tiendas en la Isla y busca nueva moda. Con su Nissan recorrerá 11.000 kilómetros por Marruecos, acompañado de Diego Bolbi, un argentino sin destino que acompaña a José en su aventura. Desde Marrakech pondrían rumbo a otras ciudades del interior donde se encuentran auténticas maravillas hechas a mano. ¿Para comer?, Couscous, sin duda alguna. Hay que probarlo aunque la receta es variada en cada sitio. Se puede comer cuatro personas, por 100 dirham, unos diez euros en total con agua, pan, postre y café. Es recomendable beber agua embotellada.

Paseando por el zoco, se puede encontrar uno con grupos de españoles que realizan un viaje turístico. Ana María Mas Juan y Salud Oneto son dos amigas que viven en Eivissa y que disfrutan de los monumentos, excursiones y compras. Ana María, quien tiene una tienda «Tipo» de música, aunque está de vacaciones, mira de reojo algunos trabajos musicales. Quedó cautivada por el couscous y el dulce de leche de almendra. Salud trabaja en la perfumería Gisele que hay frente al mercado nuevo de Eivissa. A ella le gustó la visita al Valle de Ubric, donde vio una auténtica casa bereber. En definitiva, Marrakech hay que vivirlo.

Julián Aguirre