No fue desde luego una reunión de cortesía con un simple
intercambio de saludos y sonrisas. La visita del lehendakari Juan
José Ibarretxe al palacio de La Moncloa se prolongó por espacio de
casi cuatro horas en las que, a modo de combate pugilístico, cada
uno de los contrincantes trató de convencer al otro de las
excelencias de sus posturas. Por lo tanto, ninguno de los dos cedió
ni un milímetro su posición inicial.
Si hay algo que aplaudir ha sido, primero, el gesto de José Luis
Rodríguez Zapatero, de recibir al representante del pueblo vasco,
algo que el líder del PP, Mariano Rajoy, ya ha dicho que no haría.
Segundo, que Ibarretxe se presentara en Madrid con una petición:
negociar el plan, de forma que no pretende, a priori, imponerlo en
sus términos actuales, o sea, que estaría, parece ser, dispuesto a
modificaciones. Algo loable en estos tiempos que corren. Y tercero,
que la reunión se celebrara en un ambiente cordial con amplio
intercambio de pareceres.
Pese a todo, la rotundidad del «no» de Zapatero parece abocar al
presidente vasco a seguir su camino en solitario, al margen de las
instituciones nacionales. La idea de convocar el polémico
referéndum toma cuerpo y, en ese callejón sin salida, habrá que ver
qué postura adopta el Gobierno central. Desde el PP ya se han
ofrecido algunas ideas -que han tenido eco, por cierto, en algunos
dirigentes socialistas-, como suspender la autonomía vasca e
incluso procesar a Ibarretxe.
Sin llegar tan lejos, habría que dar cierto margen a la
posibilidad de negociación, de discusión al menos, de un plan que
no busca más que una salida al llamado «problema vasco». Quizá no
sea el mejor de los posibles, pero sí podría ser un punto de
partida para hallar, de una vez por todas, la forma de pacificar
Euskadi y normalizar las relaciones entre Vitoria y Madrid.
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