Ni que decir tiene que antes de animarles a que pintaran la
bandera de Mallorca les explicamos qué es Mallorca y dónde se
encuentra, y lo hicimos ayudándonos de un mapamundi. Lo hicimos en
inglés, pues del tailandés no sabemos ni una palabra. Y los niños,
que estaban precisamente en el aula de inglés, aprendiendo inglés,
mal que bien supieron situar la Isla en el mapa, y luego
comprobaron que no está cerca de la suya, y que la suya, aun siendo
mayor que la nuestra, apenas se ve, en cambio Mallorca sí se ve. Y
bien. Cosas de los cartógrafos.
Voluntarios sin Fronteras (VSF), la ONG de Calvià con la que he
estado una semana en Tailandia -donde ellos aún siguen ahora- ya
han vuelto a la mayor de las Phi Phi Islands, a una hora de ferry
de Phuket, llevan tres banderas mallorquinas, cada una de un tamaño
distinto, más la que está adherida a la manga izquierda de sus
polos. Como la mayor la habíamos dejado en la casa de Phi Phi, y la
pequeña la llevábamos en el coche, optamos por la mediana para que
fuera el modelo a pintar. La colocamos sobre el televisor de la
clase, les hicimos contar el número de torres del castillo,
haciéndoles ver que unas son más altas que otras, así como cuántas
bandas verticales tiene, y cuántas son amarillas y cuantas rojas, y
sin más que añadir, les invitamos a que la dibujaran y
colorearan.
Casi todos echaron mano de escuadra y cartabón, y sobre la
limpia lámina que les entregamos, se pusieron, sin más, manos a la
obra. «La ayuda humanitaria -dijo Antonio Palazón, líder de VSF- no
es sólo llevarles medicinas y echarles una mano para que rehagan
sus casas derruidas. También es transmitirles un poco de alegría y
entretenimiento. Y los niños, pintando la bandera de Mallorca, se
lo están pasando muy bien, y encima han aprendido tres cosas: que
Mallorca existe, que tiene una bandera y que la bandera es la que
están pintando».
Pedro Prieto
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