El anuncio de que Irán y Siria proyectan la formación de un
frente común en contra de las amenazas de Washington supone la
aparición de un nuevo factor de tensión en el ya de por sí convulso
panorama de Oriente Medio. El gesto de advertencia del presidente
norteamericano, George W. Bush, al llamar a consultas a su
representante diplomático en Damasco tras el atentado que costó la
vida al ex primer ministro libanés Rafic Hariri, ha precipitado
unos acontecimientos que nada bueno presagian para los intereses de
la paz mundial.
Por si ello fuera poco, otros acontecimientos concretos -la
venta de misiles rusos a Damasco que ha llevado a Washington a
amenazar com imponer sanciones a Moscú, y las quejas iranís por la
irrupción en su espacio aéreo de aviones espía estadounidenses- han
contribuido durante los últimos días a elevar el clima de
crispación. Las quejas norteamericanas, fundadas principalmente en
la sospecha de que los regímenes sirio e iraní colaboran con la
insurgencia iraquí y apoyan las acciones terroristas en la zona,
pueden aceptarse desde una perspectiva de amplia especulación.
Vistas las cosas racionalmente, está claro que lo que más ha
contribuido al auge del terrorismo ha sido la intervención militar
norteamericana en Irak. No obstante, se puede comprender la actitud
de Washington. Lo que ya resulta inaceptable es que desde la Casa
Blanca se pretenda interferir en las excelentes relaciones que
mantienen Damasco y Teherán, y que, por añadidura, se aspire a
vetar la compra de armas por parte de estos países a Moscú, cuando
ello no está en este momento limitado por tratado internacional
alguno.
En resumidas cuentas, todo parece indicar que el belicoso Bush
busca encontrar agravios que presten coartada a unos planes bélicos
que, otra vez más, comprometerían la paz mundial.
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