La designación del obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, como
presidente de la Conferencia Episcopal española traía presagios de
cambio y quizá hasta de polémica. Las previsiones no se han hecho
esperar. Nada más presentarse ante la Santa Sede, ha lanzado unas
declaraciones en las que defiende la dignidad del colectivo
homosexual y asegura que la orientación sexual no puede ser motivo
de discriminación.
Tal vez los elementos más extremos de la Iglesia y de la
sociedad laica quieran ver en sus palabras una provocación, pero lo
cierto es que con este mensaje el líder de la Iglesia católica de
nuestro país no hace más que recordar los fundamentos de la fe
cristiana.
Con este gesto inesperado, Blázquez parece querer poner punto y
final a la polémica surgida meses atrás en algunos sectores de la
Iglesia con motivo de la decisión del Gobierno de José Luis
Rodríguez Zapatero de sacar adelante una ley que permita igualar
los derechos de las parejas homosexuales a la hora de contraer
matrimonio.
Sin duda es un paso que define el «talante» del nuevo presidente
de la Conferencia Episcopal y que no tardará, probablemente, en
crear divisiones en el seno de la institución.
A pesar de que el asunto es delicado y siempre será germen de
controversia, hay que saludar con satisfacción la decisión de
Blázquez de no crear enfrentamientos con el Ejecutivo -que gobierna
con los votos de la mayoría de los españoles-, al menos en un tema
al que ni siquiera la colectividad cristiana se enfrenta con
unanimidad de criterios. Quizá lo más sensato sea, primero,
reunirse con Zapatero, establecer una línea de diálogo fluido entre
ambas instituciones y después ofrecer a los católicos una posible
vía de entendimiento en los asuntos más difíciles.
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