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De buenas palabras, anuncios de proyectos e intenciones, está llena nuestra historia, sin que en muchos casos se lleguen a concretar mucho más allá. En su visita oficial a Mallorca, la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, dejó una estela de cierta satisfacción, pero ahora será preciso comprobar en qué queda eso. Habló la vicepresidenta de emprender una nueva política turística, y hasta anunció un Consejo de Ministros monográfico sobre el sector turístico, sin que llegara a concretar fecha, y en su disertación elogió a los empresarios turísticos, a los que calificó como «los mejores». No sería en absoluto desdeñable que la Administración central contara en el futuro con algún balear en algún destacado cargo, ya sea una dirección general o, por qué no, en un hipotético Ministerio de Turismo, y que las decisiones se tomarán con el consenso necesario entre sectores diferenciados, que en realidad, en España, y más concretamente en Balears, convergen en uno, que es el turismo como principal fuente de divisas.

La duda está en si realmente se dan las condiciones, entre empresarios y políticos, para establecer una línea de sentido común que termine de una vez por todas con la política de parcheo, luchas intestinas y politiqueo mal entendido. Porque al hablar de turismo no sólo se puede hacer referencia a la relación turista, hotel, bar, restaurante o discoteca. Tampoco debe ceñirse exclusivamente a aumentar a toda costa la cuenta de resultados económicos de las empresas sino, además de eso, a establecer el equilibrio medioambiental, un crecimiento sostenible con una planificación a largo plazo, de modo que los nietos de nuestros nietos puedan seguir viviendo del turismo. Naturalmente en una Isla en la que el entorno haya sido escrupulosamente respetado.