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Benito, el cortador de césped de Son Moix, a las cinco en punto de la tarde del domingo se acercó a la ermita del Rocío a ponerle a la Virgen dos velas. El hombre, como nos contó, antes de que viajara a la aldea para hacer el camino, había dejado el terreno de juego en inmejorables condiciones para que el Mallorca le ganara al Bilbao: césped corto y seco a fin de que corriera la pelota. No contento con ello, y también porque nunca está de más pedir, le pidió a la Virgen esa victoria. De regreso a la casa, Farinós había conseguido el 1-0. «Esto va bien», dijo. Y cuando el Bilbao remontó colocando en el casillero el 1-2, Benito tranquilizó a la gente. «No os preocupéis, que al final ganamos, que se lo he pedido a la Virgen». Al final del choque, el Mallorca vencía por 4-3. Que le marquen tres goles, incluso en casa, cabe dentro de las posibilidades; que él marque cuatro goles es cuestión de un milagro. ¿Tuvieron algo que ver en el resultado las dos velas de Benito a la Virgen?

Mientras tanto, el día había transcurrido con mucha normalidad. Misa mayor en la plaza, a la que la Hermandad de Palma de Mallorca asistió al completo portando el simpecado con la Virgen por encima de la Seo, y banderas española, andaluza y mallorquina. A mediodía, almuerzo; por la tarde, descanso; y después de la cena, no sé los demás, pero yo, sobre las diez de la noche, me metí en la ermita con el fin de ubicarme en el mejor sitio, desde el cual pude presenciar el salto de la verja, que este año se produjo sobre las tres y cuarto de la madrugada después de un rosario cantado con siete u ocho misterios, algunos de ellos, por no decir todos, con catorce o dieciocho avemarías, además de letanía y jaculatorias varias. Todo por prolongar la velada hasta pasadas las tres, cuando los almonteños, un año más, siguiendo la tradición, saltaron la verja del presbiterio, en cuyo interior se halla la Virgen del Rocío que, en volandas, pasearon desde el alba hasta primeras horas de la tarde por toda la aldea visitando y saludando a cada una de las hermandades, entre ellas la de Palma de Mallorca, alineadas en la plaza, con el simpecado presidiendo cada una de ellas.

A mí, la verdad sea dicha, lo del salto me parece una barbaridad, aunque al ser una tradición centenaria lo respeto absolutamente. Pero... no sé, me da la impresión de que en este capítulo de la romería, la devoción se fanatiza bastante, pues de fanáticos es tirarse como locos por encima de una valla de hierro para caer en su interior, eso tras una espera de más de una hora, amontonados y apretujados frente a aquella, empujándose unos a otros, a veces golpeándose e insultándose, auque al final todos siguen siendo amigos. Tras el salto de la verja ves que la Virgen, impulsada por treinta o cuarenta almonteños que como han podido se han colocado por debajo de ella, por entre sus faldas, donde seguramente se siguen empujando e increpando, se mueve por entre el océano de cuerpos que abarrotan la ermita, y en según qué momentos desaparece, como engullida por ellos para volver a aparecer, todo ello durante los sesenta o setenta metros que separan el altar del exterior. Lo extraño es que entre tanto vaivén no acabe descuajaringada. Camino de Sevilla para tomar el avión que me traiga a Palma, escucho a través de la radio del coche que la procesión sigue su curso por la aldea, y que las muestras de devoción por parte de los hermanos son cada vez mayores. Esa devoción la entiendo, lo de la verja, aunque lo respeto, no me convence.

Pedro Prieto