El martes se produjo una votación histórica en el Congreso de
los Diputados en la que todos los partidos -con la única excepción
del PP- votaron a favor de iniciar un diálogo con la banda
terrorista ETA siempre que los asesinos abandonen las armas.
Cualquiera puede darse cuenta de que el terrorismo es el mayor
problema que ha tenido España desde hace treinta años. Y todos
hemos visto cómo los presidentes del Gobierno de la democracia
-Adolfo Suárez, Felipe González y José María Aznar- han intentado
establecer negociaciones tendentes a culminar un proceso de paz
que, desgraciadamente, nunca ha obtenido frutos.
De ahí que la idea de José Luis Rodríguez Zapatero de promover
contactos con ETA no pueda asustar a nadie, a pesar de que todos
los antecedentes nos hacen desconfiar de las intenciones de los
asesinos. De momento, ni siquiera se ha anunciado una tregua -como
ocurrió cuando negociaba Aznar- y mucho menos el abandono de la
lucha armada y la consiguiente entrega de las armas. Únicamente
esas condiciones podrían dar carta blanca a la iniciativa de
sentarse, frente a frente, en la misma mesa, los representantes del
Estado español y los asesinos para establecer las pautas del
proceso de paz y reconciliación.
En estos momentos, cuando la banda terrorista sigue activa, no
se puede hablar de negociación. Quizá, como mucho, de contactos,
aunque la prudencia y, desde luego, el respeto máximo a las
víctimas, deben presidir cualquier paso a dar en este difícil
camino. Lamentablemente, no se ha conseguido el deseado consenso
entre todos los partidos. Es posible que el Gobierno se haya
precipitado, pero también es cierto que nunca hasta ahora la
oposición había negado su apoyo al Ejecutivo en asuntos de politíca
antiterrorista. Ojalá el optimismo de Zapatero tenga alguna base y,
en efecto, pronto podamos escuchar el comunicado de la rendición de
los etarras. Sólo entonces podrá comenzar un proceso para
reinsertar a los violentos en una sociedad en paz.
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