Miles de niños terminan hoy el curso escolar en Balears, la
mayoría con la celebración de una fiesta, dando inicio a ese
paradisíaco período de tres meses de vacaciones que, demasiado a
menudo, se convierten en un complicado trastorno para sus padres.
En un calendario escolar poco racional, este larguísimo paréntesis
vacacional jamás coincide con las libranzas de los trabajadores. A
menos, claro, que los padres sean ambos profesores.
Por eso la mayoría de las familias se enfrenta a las vacaciones
con cierta preocupación, porque a las tareas diarias hay que añadir
la desesperada búsqueda de un lugar o de una persona que se ocupe
de los niños mientras los padres trabajan. Tarea nada fácil, dada
la escasa oferta pública y los elevados precios que plantean las
instituciones privadas. Eso sin hablar de los horarios, que en
muchos casos sólo cubren hasta las dos de la tarde o, como mucho,
hasta las cinco.
Hay que hacer, pues, nuevamente un llamamiento a la razón. A la
participación activa de la iniciativa pública, que debe implicarse
hasta el fondo en una situación que lleva décadas sin resolver. Si
es cierto, como dicen, que nuestras autoridades quieren defender a
la familia, están obligadas a ejercer políticas que lo
demuestren.
Claro que no todo es negativo en este asunto. Las vacaciones
escolares significan el triunfo del tiempo libre, de las
oportunidades para disfrutar de lo que los horarios nos han
impedido hacer. Deporte, lectura, juegos, aire libre... y, desde
luego, la posibilidad de compartir más tiempo con nuestros hijos,
que pasan todo el curso ocupados en la escuela y en las actividades
extraescolares. Gocemos de lo que podamos y exijamos nuevas ayudas
no ya para este curso, pero sí para el próximo.
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