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Bush no se encuentra en el mejor de sus momentos. De hecho, es actualmente el presidente peor valorado desde la II Guerra Mundial, por detrás de Nixon, protagonista del conocido escándalo Watergate. La compañía de estadísticas Gallup le otorga un nivel de aprobación media en sus últimas tres encuestas del 43 por ciento y un porcentaje de rechazo que roza el 57 por ciento.

Los ciudadanos norteamericanos no están de acuerdo sobre cómo evoluciona su país ni sobre cómo trabaja su presidente. La guerra de Irak no le costará el puesto, pero podría terminar siendo el presidente más impopular de EEUU. Bush intenta buscar una solución al conflicto iraquí, que se está alargando más de lo previsto y que ya ha causado miles de bajas civiles, además de los soldados norteamericanos muertos en acto de servicio.

El pasado viernes no dudó en telefonear a un líder chiíta para pedirle al Gobierno iraquí que no aparte a los árabes sunitas que rechazan la nueva Constitución. Bush sabe que si no existe un acuerdo, la crisis puede acentuarse y el conflicto convertirse en otro baño de sangre. Por ello, no ha dudado en pedir que los suníes también se integren en la Constitución, la misma minoría que gobernaba Irak cuando EEUU decidió invadir el país.

Los diplomáticos estadounidenses están controlando el proceso para tratar de conseguir un consenso que no llegará porque Estados Unidos lo quiera. No es tan fácil. Lo que sí quiere Bush es que el borrador de la Carta Magna se apruebe cuanto antes y que el referendum previsto a finales de este año se celebre en paz. Algo prácticamente imposible en un país deshecho y destrozado, donde se suceden atentados diarios, que tardará años en levantar cabeza.