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El mundo se ha movilizado para ayudar a los Estados Unidos tras el tremendo desastre humano y material ocasionado por el huracán «Katrina». El ofrecimiento de ayuda no se ha hecho esperar, como si la primera potencia mundial, que ha tardado en solicitarla, se hubiera convertido en un país más del Tercer Mundo. De hecho, ésa es la impresión que ofrece tras la imposibilidad de controlar, de poner orden y de ayudar a las miles de víctimas de este suceso.

¿Cómo es posible que un país que presume de ser uno de los que más han invertido en política antiterrorista y en orden público, y que inició una guerra en Irak con un amplio dispositivo militar, no sepa utilizar sus enormes recursos para controlar los efectos de un gran huracán en su propio territorio?

Las críticas a Bush aumentan conforme van pasando los días y las dificultades se multiplican en Nueva Orleans. Parece que la Administración estadounidense no ha sabido estar a la altura de la magnitud de este desastre y los ciudadanos sureños no lo perdonan. Es inconcebible que el caos más absoluto se haya apoderado de Nueva Orleans, que incluso bandas de delincuentes reciban a tiros a los helicópteros de la policía.

Bush se ha preocupado mucho más de su política exterior -centrada especialmente en Irak- que de sus propios ciudadanos, que ahora ven convertido su país en un Estado indefenso ante desastres naturales como el «Katrina». La primera potencia mundial ha vuelto a quedar en entredicho. Antes lo fue tras los atentados del 11-S en materia antiterrorista; ahora flaquea en asuntos de protección civil. A Bush le ha costado pedir ayuda (dispone de todos los medios que precise), pero todo el mundo quiere ayudarle. Dinero llama a dinero.