Dos tercios de las mujeres que abortan de forma voluntaria en
nuestra Comunitat son jóvenes entre 14 y 29 años y casi ochocientas
lo hicieron entre enero y junio de este año, una cifra que se
repite con más o menos rigor de año en año, lo que indica que
cuatro chicas se someten a esta intervención cada día que pasa, sin
contar las que deciden seguir adelante con un embarazo no deseado.
Y eso, en pleno siglo XXI y con el caudal de información del que
disponemos, resulta escandaloso. Porque las interrupciones
voluntarias del embarazo son una parte del problema, que se
redondea con otras miserias como las enfermedades de transmisión
sexual y el contagio del sida.
Basta mirar con un poco de perspectiva este paisaje para darse
cuenta de que lo más probable no es que los jóvenes de Balears
carezcan de información o sean incapaces de valorarla en su justa
medida, sino que, sencillamente, se lanzan con más o menos
consciencia a una conducta temeraria. Porque las cifras indican que
estas jóvenes parejas dan de lado algo tan sencillo, tan barato y
tan eficaz como el uso del preservativo, imprescindible cuando se
trata de relaciones esporádicas y más que recomendable en otros
casos.
De ahí que la puesta en marcha de una campaña institucional de
educación sexual deba aplaudirse, aunque quizá sería mucho más
productivo y eficaz destinar esos recursos económicos -e incluso
recurrir al voluntariado si fuera necesario- a la dotación de
material humano y editorial a los centros educativos. Porque está
claro que una batería de mensajes concentrados y puntuales tendrá
algún efecto en la concienciación de los jóvenes, pero una
educación sexual continuada y persistente, con seriedad y debate,
en el seno de la escuela, sería mucho más efectiva.
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