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A la escuela general del aire llegamos muy temprano, tanto que aún no ha salido el sol. Algunas de las formaciones hacen sus desplazamientos a paso ligero. «Son los cadetes que aún no han jurado bandera», nos dice el capitán que nos acompaña. Al rato nos encontramos con todos en el gran comedor. Por orden, colocan el desayuno en la bandeja y se trasladan a los lugares asignados en las distintas mesas. Minutos después regresan a sus dormitorios, los que no han jurado bandera a paso ligero, los otros en formación. Tras meter cuanto necesitan para las clases de la mañana en una cartera, forman delante del edificio. El mallorquín Jesús Mato Aparicio, jefe de curso esa semana, se acerca al capitán y le da la novedad. Luego todos marchan a clase que en edificios próximos imparten profesores militares y profesores de las universidades de Cartagena, Elche y Murcia, de acuerdo a las necesidades que tenga la academia.

Estudios
En la Academia General del Aire de San Javier se realizan estudios de militar de complemento, cuerpos especialistas y cuerpo general, distribuidos estos en dos grupos bien definidos: pilotos de escala oficial, mando y control y seguridad defensa, y pilotos de escala superior de oficiales. El motivo de nuestra visita a la escuela es por estos, o más exactamente: por conocer la vida en la Academia de tres aspirantes palmesanos a esta categoría. Dos de ellos están en primer curso y el tercero en segundo, que pasarán en este lugar, yéndoles bien los estudios, cuatro de los cinco años de que consta la carrera, ya que al quinto, dependiendo de la especialidad elegida, lo harán en Salamanca si han optado por los aviones de transporte, en Granada si es por los helicópteros y en Talavera la Real (Badajoz) si se deciden por pilotar supersónicos F-5.
Bartolomé Sbert Haro nació en Palma el 2 de mayo de 1985. Tiene dos hermanos. Estudió en el colegio de La Salle, de Palma. Preparó el ingreso a la Academia del Aire en el colegio de Huérfanos de la Armada de Madrid. Ingresó a la segunda. Es cadete de 1º. Su padre es coronel, delegado de defensa en Balears. Señala que «el compañerismo y buen ambiente que reina entre nosotros es lo que más me gusta de la academia. Aquí todos nos ayudamos, lo cual es muy positivo». Jesús Mato Aparicio nació también en Palma en 1985. Tiene 3 hermanos, estudió en La Salle. Su padre es teniente coronel y está destinado en Madrid. Estudió el ingreso, que le costó dos años, en la Academia de San Fernando. Es cadete de primer año. De la academia destaca, «sobre todo, el compañerismo que reina. Llevamos muy poco tiempo aquí y sin embargo hemos sido muy bien acogidos por parte de todos». Antonio P. Buades nace en Palma el 12 de mayo de 1984. Estudió Primaria en Costa i Llobera y Bachiller en Joan Maria Thomàs. Hizo el ingreso por libre y aprobó a la primera. Es cadete de 2º año. Antonio se decidió por la vida militar, en la que no tiene antecedentes familiares, «por el abanico de posibilidades que tiene, que es grande, y porque además se pueden vivir muchas experiencias. También porque de entre las carreras que pude estudiar, ésta es la que más me gustó. Eso lo tuve desde siempre muy claro». De momento, los tres, los aviones sólo los disfrutan viéndolos aparcados en la pista, igual que el simulador, que cuando visitamos la sala en que está lo ocupa una alférez. Antes que llegar a todo eso, deben superar los dos primeros cursos, porque será en tercero cuando empiecen las prácticas en los aviones de hélice modelo Pillan y en cuarto en los subsónicos Casa C 101. En quinto, dependiendo la especialidad elegida, volarán, como se ha apuntado un poco más arriba, en aviones de transporte, helicóptero o supersónicos.
Comentamos que además de ser el ingreso en la Academia General del Aire difícil, y la carrera larga, en la que tampoco regalan nada, el sueldo, en cambio, no es muy alto y encima uno debe moverse casi constantemente a causa de los destinos propios de los ascensos. «A mí particularmente no me preocupa eso -señala Pedro-, en primer lugar porque desconozco lo que voy a cobrar y, en segundo, porque todo depende de las expectativas que cada uno tenga y de lo que esté dispuesto a ofrecer». En ello están de acuerdo sus dos compañeros, que por ser hijos de militar saben algo de la vida que les espera, concretamente en lo que a cambio de domicilio por ascenso se refiere. En lo único que piensan ahora es que quieren ser tenientes.
Tampoco están muy preocupados en lo de compaginar tiempo de clases con prácticas y estudios, ya que el constante cambio el ritmo hace que nuestra vida no sea monótona, siempre tienen algo que hacer, señala Buades. ¿Y da tiempo el día para llevar a cabo tantas cosas?, pregunto. «Claro que lo hay; hay tiempo para todo: estudio, instrucción. Y si no, se busca. De eso te mentalizas al poco de estar aquí», apunta Mato. «Aquí, como todo se hace de acuerdo a un horario, las horas parece que te duran más, te da tiempo para todo. Hay tiempo para trabajar y para instrucción, aunque menos para descansar», considera Sbert. En cuanto a lo que van a pilotar, Buades dice que «mientras no me suba a un avión y vea de qué modo me habitúo en él, no sé por cuál me decidiré». Por su parte, a Mato le atraen los apagafuegos mientras que Sbert prefriere antes experimentar, cosa que sucederá a partir de tercer curso, que es cuando comienzan las prácticas. «¿Y no se le hace muy cuesta arriba viendo que todavía queda mucho tiempo, no sólo para volar, sino para ser tenientes?». «Queda sí. Pero por esos años han pasado todos, así que nosotros también debemos pasar». Hasta no hace mucho, se producían fugas de pilotos militares a compañías aéreas privadas, más que nada por el sueldo que estas les ofrecían. Para evitar esto, hoy día el piloto, en el caso de que decida dar el paso, ha de abonar una cantidad que depende de los años que lleva en el servicio, para compensar el gasto que le ha supuesto al Estado su formación. Ninguno de los tres, pienso, ha pensado cambiar el Ejército por la aviación privada. Es evidente que si les hubiera gustado la aviación privada no estarían ahora aquí. «Costó mucho estudiar e ingresar, y se supone que desde aquí al final no será fácil. Por tanto no vamos echar a perder estos años para dedicarte a otra cosa». Buades es de una graduación superior a la de los otros dos. El es cadete de segundo año, mientras que Sbert y Mato son de primero. Aparte de que cobra más (544,69 euros por 332 los otros dos), éstos, cada vez que se crucen con él, deberían saludarle pero en igualdad de rangos no se suele hacer el saludo, si no más bien se saludan a la vez, «aparte de que dormimos en el mismo edificio, somos compañeros. Pero si yo fuera alférez y ellos cadetes, el saludo sería más estricto», dice Buades.
Al igual que en el resto de academias, en San Javier se puede suspender, pero también hay oportunidades para recuperar. En cuanto a novatadas, no las hay. En todo caso el día de la patrona, los cadetes de primer año, con la almota, tratan de ocupar las habitaciones de los alféreces no dejándoles estos. Pero eso, mas que novatada es una broma, es hacerse unas risas.