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Recuerdos de una Andalucía que ya no existe, perdida. Tiempos difíciles, pero no por ello dejan de crear una profunda añoranza en el abogado y escritor Antonio García de la Rosa, quien ayer pronunció en el Club Ultima Hora la conferencia «Aquella Andalucía...», en el marco de los actos organizados con motivo del Día de Andalucía, precisamente hoy mismo.

García de la Rosa hizo un preciso y ameno recordatorio de la Andalucía de su infancia y juventud, sin dejar de advertir que «soy más mallorquín que muchos porque mi esposa y mis hijos lo son y porque elegí serlo entre otras opciones».

El conferenciante no quiso decir que «aquella Andalucía era mejor», pero añadió que «no deberíamos enterrarla. La guardamos íntimamente en nuestros corazones y deberíamos ser capaces de transmitirla de padres a hijos como herencia de un sentimiento».

García de la Rosa recorrió con la palabra aquella Andalucía «lejana, ausente, vacía de hijos por la emigración, escasa de desarrollo y de medios, pero solidaria y entrañable».

Los usos sociales de la época sirvieron al conferenciante para repasar la Andalucía de antaño: «Entre la penuria de medios, las matronas y parteras eran capaces de sacar adelante a los recién nacidos, de tal manera que el índice de mortalidad infantil era muy similar al actual. En un parto, lo primero que ordenaban era que los hombres salieran a la era, para que no estorbaran, y disponer de mucha agua caliente. Y los bebés debían pesar de 4 kilos p'arriba. Si no, la madre no se había alimentado lo suficiente. No existía la lactancia artificial, pero si la madre no podía dar el pecho, una cabrita ya había sido preparada para dar su leche al recién nacido».

Hablando de la familia fue cuando García de la Rosa destacó en su conferencia que en los tiempos descritos «el respeto y la sumisión a los padres eran incuestionables. Ésta es tal vez una de las cosas que se han perdido, la institución familiar. Nadie empezaba a comer hasta que el padre hacía la señal de la cruz con el cuchillo sobre el pan y lo repartía. Pero no era el padre el que gobernaba o mandaba en la casa, era la madrre. Los hijos confiaban en los padres y la madre era el cobijo de todos ellos. Y todos eran profundamente religiosos: se daba gracias a Dios por cada nuevo día y por tener la oportunidad de ganar el pan para los hijos».

Para el abogado y escritor, otra de las pérdidas de aquella Andalucía es «la solidaridad. El hijo de una familia era el hijo de todos, cuando estaba enfermo o cuando tenía cualquier problema. Ahora, la gente de un mismo pueblo no se conoce».

El cortejo de una moza era una auténtica penitencia para el pretendiente, que era catalogado por los posibles suegros por su cabalgadura y su grado de aseo personal. Los velatorios podían acabar con una borrachera impresionante en la taberna, pues ésa era la manera de «ganarle la gloria a un difunto». Si con los vasos de vino ingeridos no se caía uno al suelo de la cogorza, no se era buen amigo del difunto.