La situación de un país como el nuestro, con escasa tradición de movimientos asociativos y con movilizaciones de protesta intermitentes, circunstanciales y, con demasiada frecuencia, sin eco alguno en las esferas del poder, contrasta con la de Francia, donde tres meses de movilizaciones y de presión estudiantil y sindical han hecho cambiar de rumbo a un Gobierno dispuesto a llevar a cabo una política laboral para los jóvenes contraria a la más mínima sensatez. Aquí hemos ido aceptando sin más todas las reformas laborales, hemos asumido uno tras otro los recortes y las agresiones a los trabajadores y hemos seguido hacia adelante obedientemente. Allí no. La fuerza del Gobierno de Dominique de Villepin, respaldado plenamente por el presidente Jacques Chirac, ha acabado diluida en un mar de pancartas y de proclamas.
Editorial
La movilización vence a la imposición
11/04/06 0:00
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