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Como ya ocurre en España -con la salvedad de los territorios conocidos como «históricos»-, en Italia la división del voto se ha seccionado en prácticamente un cincuenta por ciento para la derecha y para la izquierda. Es una situación complicada que denota cierto enfrentamiento político y social en una sociedad que adopta tintes muy distintos de unas regiones a otras y de unas capas sociales a otras.

La era Berlusconi ha dejado una Italia dividida y también con algunos graves problemas macroeconómicos, como la deuda o el déficit público. La primera obligación de Romano Prodi deberá ser, en todo caso, afrontar las reformas necesarias para devolver la estabilidad económica a Italia, aunque tendrá en la agenda algunos otros asuntos de primera importancia, como corregir la política exterior -Berlusconi ha sido aliado incondicional de Bush en la guerra contra Irak, y un euroescéptico destacado-, alimentar la política en favor de la natalidad -Italia se queda sin niños- y luchar contra la evasión fiscal, por la que el país pierde millones de euros.

Sin embargo, ya desde su nacimiento su Gobierno -si finalmente el presidente le encarga la formación del mismo, como se prevé- será débil y de peso escaso. Prodi se ha presentado a las elecciones al frente de una coalición de partidos que aglutina sensibilidades e ideologías de lo más diverso, desde comunistas hasta laicos, pasando por católicos y moderados, ecologistas y demás. Conducir la locomotora de semejante tren no será fácil y ante sí tendrá, además, la oposición de un Silvio Berlusconi que no se conformará con estar en la sombra.

Ya la Bolsa ha mostrado síntomas de preocupación y esa es, en efecto, la impresión que producen los resultados de unas elecciones que, con toda probabilidad, darán todavía algunas sorpresas.