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El sábado se celebraba el Día Mundial de la Tierra, una fecha para detenerse por un instante y reflexionar sobre el camino que los seres humanos estamos siguiendo para construir un futuro que, a buen seguro, acabará pasándonos factura por nuestros excesos.

Está claro que el progreso exige sacrificios a esta Tierra que nos acoge desde hace millones de años, pero también es cierto que nunca en toda la evolución humana se habían producido cambios tan drásticos en tan poco tiempo y jamás se había visto tal agresividad contra el medio.

Por eso es el momento de pensar en lo que estamos haciendo. Porque dos gigantes como China -1.200 millones de habitantes- y la India -casi mil millones de habitantes- están despertando a velocidades pasmosas hacia el frenético mundo del consumismo, lo que implica una voracidad inaudita de recursos.

La solución no es, desde luego, condenar a la mayor parte del mundo al atraso para preservar nuestro veloz crecimiento, sino meditar sobre la necesidad de correr a tanta velocidad hacia un futuro incierto. La idea es tratar de enfocar la vida en los países desarrollados de forma más racional, más cercana a esa madre naturaleza de la que tanto nos hemos alejado.

Mientras la carrera desaforada continúa, los datos son escalofriantes y los españoles estamos contribuyendo con furia a ese cambio climático que podría resultar catastrófico para el equilibrio de las especies. Volver la mirada hacia la tierra y respetar las leyes naturales es obligatorio ahora y quizá empezar a apostar por frenar el consumismo desenfrenado y recurrir a las energías renovables sean los primeros pasos para recuperar la cordura.