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Tal vez harían bien los gobernantes de naciones europeas hoy preocupados por el aluvión de inmigrantes que reciben en atender a las conclusiones de las jornadas organizadas por el Foro Económico Mundial (FEM) que tuvieron lugar días atrás en Sharm el Sheij. Allí se advirtió sobre todo acerca de la falta de oportunidades que para los menores de 30 años se da en el norte de Àfrica y en Oriente Próximo. Los patrocinadores de las jornadas, todos ellos empresarios con vinculaciones en la región, destacaron que se estaban refiriendo a ese 70% de la población joven que en su conjunto suma unos 210 millones de personas que ven frenado su desarrollo en el seno de las sociedades en las que viven. Son jóvenes que, carentes de oportunidades, haraganean en las calles y plazas de sus ciudades a la espera de no se sabe muy bien qué y que en uno u otro momento pueden sentirse tentados por la idea de emigrar hacia el dorado Norte. Es lamentable que semejante patrimonio de talento y vitalidad se desperdicie por falta de nervadura social. Pese a las innegables mejoras introducidas últimamente en sus países en materia de sanidad, o educación, el montante de empleos que precisan crearse es mucho mayor de lo que los países de la zona han sido capaces de generar en el último medio siglo. Por otra parte, ni el trabajo que se ha creado ha estado dirigido a ser cubierto por la juventud, ni las inversiones al respecto son las más adecuadas. Falta la educación específica que estimule a los jóvenes a impulsar negocios y en conjunto se requieren unos cambios económicos y políticos que saquen a amplias capas sociales de su actual estado de marasmo. Los países europeos, tanto por razones de elemental humanidad como de propia conveniencia, podrían promover muchas iniciativas en este sentido, pero falta voluntad política y hasta cierto punto también sentido de anticipación histórica.