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Lo que va de un año a otro. En el verano anterior, Terelu y su hija bañándose con Pipi en la playita cercana al hotel en el que se hospedaban, mientras María Teresa Campos observaba desde la orilla. Pipi Estrada llevaba en su hombro, tatuado, el nombre de Terelu. Una horterada de tatuaje, por cierto.

No menos de 365 días después, Pipi, simpática y entrañable persona y excelente periodista deportivo, pero que -¡ojo, Estrada! que cada día que pasa se está convirtiendo en más friki- ya nada tiene que ver con Terelu, que tampoco está sola, pues tiene a su lado a Carlos Agrelo, un gallego representante de la BMW y, según tenemos entendido, metido en negocios de la noche madrileña, además de dueño de una casa de lo más fashion ubicada a un tiro de piedra de Santiago de Compostela. Un buen tipo, según dicen sus allegados.

En el encuentro que tuvimos ayer por la tarde, hubo más imágenes que palabras. Él no es muy dado a hablar, y ella podría meterse con su ex, Pipi, quien, despechado, aprovecha cada ocasión que tiene un micrófono delante para atizarla -que si me siento liberado, que si antes me sentía un kunta kinte, que si papatín, que si papatán-, pero Terelu nunca entrará en eso, tampoco tiene muchas cosas que decir, al menos profesionales pues, que se sepa, está a la espera de que le llegue un programa que presentar. Vamos a ver si el otoño trae ese espacio.

Pedro Prieto