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JAIME MOREDA
Ya se sabe que la plaza de toros de Palma no es una plaza torista, pero entre esto y lo que se vio ayer noche en el coso de Arquitecte Bennàssar debe haber un término medio y no la aberrante corrida de «toros» de Caridad Cobaleda que saltó ayer al ruedo.

Toros mansos, flojos, descastados, que hicieron casi imposible el triunfo. A pesar de ello, dos toreros salieron por la puerta grande. Uno, «El Cordobés», tras dos inexistentes faenas y otro, Sebastián Castella, después de una vibrante faena al que cerró plaza. Dos triunfos bien distintos.

Jesulín anduvo con el primero facilón, sin exponer lo más mínimo, e incluso estuvo en ciertas fases de la faena por debajo de las condiciones del animal, que tampoco es que fuera un dechado de virtudes. Su labor fue premiada con una oreja tras una estocada trasera que hizo que el toro tardara en morir. Del cuarto del festejo, nada destacable, a no ser los cuatro pinchazos y el descabello que necesitó el toro para doblar.

En el segundo de la noche ya se empezó a torcer el festejo. «El Cordobés» no dio ni un solo pase de mérito a su enemigo. Lo más «destacado» fue un cabezazo a lo Zidane que le propinó en los cuartos traseros. A pesar de todo ello, el presidente le premió con una de las orejas más esperpénticas que se han dado en los últimos años en Palma. Y ha habido muchas. En el quinto, segundo de su lote, la faena fue igual de anodina, pero el diestro cambió el cabezazo por el «salto de la rana». Ello provocó numerosos «olés» y no pocos gestos de hilaridad en los tendidos. Mató de un pinchazo y una estocada y recibió del presidente otra oreja con lazo incluido. A parte del público el regalo le pareció a poco. En definitiva, puerta grande. Ver para creer. Hay que decir que el coso palmesano es de segunda categoría y uno duda de que en una plaza portátil de pueblo el premio hubiera sido tan excesivo.

Pero faltaba lo único destacable de la noche. Había mucha expectación por ver a Sebastián Castella y el francés no defraudó. Poco pudo hacer con su primer toro, sin duda el más deslucido del festejo y su labor fue silenciada. Sin embargo, en el que cerró plaza, demostró por qué es uno de los toreros con más cartel en la actualidad. Ante un astado colorado instrumentó los mejores pases de la noche, llenos de quietud, sentido, valor y temple. Una estocada casi en los medios le valió cortar dos orejas y compartir salida por la puerta grande junto a «El Cordobés». El mismo triunfo para la noche y el día. Algo absolutamente incomprensible.