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Si bien el hecho de que Al Qaeda lleve ya tiempo desplegándose en el continente africano con la intención de utilizarlo como trampolín para futuros atentados en Europa no ha trascendido en exceso a nivel de opinión pública, sí es algo sobradamente conocido por los servicios secretos y de seguridad europeos y norteamericanos. La estrategia africana de Al Qaeda persigue convertir Àfrica en una inmensa base logística para atentar principalmente en Europa e Israel. Las ventajas que para la organización presenta Africa son evidentes. En primer lugar, la debilidad y corrupción de muchos de los gobiernos de los países africanos facilita a los miembros de Al Qaeda el poder moverse y actuar con cierta facilidad, reconocida la menor competencia de sus servicios de seguridad. Por otra parte, la dificultad que tienen la mayoría de gobiernos africanos para controlar sus fronteras se convierte en un aliado esencial en los planes de la organización.

Si a ello le añadimos la facilidad con la que cuenta Al Qaeda para trasladar a Àfrica gran parte de sus recursos económicos, se comprende sin dificultad la preocupación que el despliegue de la organización está causando en Occidente. Prueba de ello es que desde el Pentágono se esté estudiando crear un comando exclusivo para Àfrica -similar a los que tiene para Europa, o el Pacífico-, como complemento de una política de aumento de agregados militares y de información en las embajadas norteamericanas en el continente.

Por el momento, la UE no ha reaccionado ante el peligro que supone todo ello, o cuando menos no lo ha hecho en la medida que lo han hecho los Estados Unidos. Algo un tanto desconcertante si se tiene en cuenta que Europa es el primer objetivo de la maniobra de Al Qaeda. Pero, una vez más, la falta de cohesión política de una Unión Europea atenta sobre todo a su cometido económico, podría estar obstaculizando una acción conjunta que tarde o temprano se convertirá en necesaria.