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La Casa del Preso se encuentra en la 13 Avenida de Miami, en plena Pequeña Habana. Exactamente en 1140 SW 13th Avenue. En la entrada de la calle se alinean una serie de monolitos y monumentos, entre ellos uno en cuya parte alta la llama perenne recuerda a los que murieron en Playa Girón. La Casa del Preso está ubicada en un chalet de una planta, según se entra a dicha calle y se avanza por la acera de la derecha. Del lugar, llama la atención su sala de conferencias, y de ella sus paredes en las que se alinean las fotografías de los presos que murieron violentamente en cárceles castristas y de los que, tras haber conseguido la libertad, fallecieron en el exilio cubano. Por debajo de las fotografías, en unas lápidas de color gris, se explica cómo murieron los presos en las cárceles cubanas: fusilamiento, balazos, a machetazos, por accidente, por enfermedad. El orden y la limpieza reinan por doquier en aquella especie de panteón simbólico del sufrimiento por una libertad que el dictador les privó.

Abel Nieves y Morales es el secretario de la Organización Presidio Político Histórico Cubano, que tiene en la Casa del Preso su sede. Es, además, una de las personas que más ha contribuido a que la Casa del Preso sea lo que es hoy, tanto en lo estético como en lo funcional. Abel, además, ha sido preso de Castro. Veintiún años de su vida los repartió entre once de sus prisiones. Fue uno de los plantaos, denominados así por no querer vestir el uniforme carcelario, «pues nosotros éramos presos políticos, no comunes», como pretendían ellos, por lo que gran parte de su condena la pasaron en calzoncillos. Cuando le muestro el libro de Ramonet y lee que Castro asegura que en sus cárceles no se ha torturado nunca a nadie, se echa a reír. Luego señala la pared donde están las fotografías de los muertos en prisión, como diciendo «que les pregunten a ellos» -Yo fui torturado, como muchos, como casi todos... A causa de las torturas sufrí siete operaciones más otras dos de cirujía plástica por haberme destrozaron la cara a golpes. Además, perdí un testículo que me sustituyeron por otro, de plástico. Allí, en las cárceles, créame, no es que no dieran palizas, es que nos mataban. Implantaron unos trabajos forzados, que denominaron Plan Camilo Cienfuegos, que fíjense como serían de duros, que el representante del ministerio nos advirtió que estaba dispuestos a sacar adelante ese plan a costa de que murieran, a través de él, cincuenta personas al día si fuera necesario. Y había días que murieron más: a bayonetazos, fusilados, a tiros, en accidentes de camión, pues metían a cien hombres en uno de ellos completamente cerrados, y muchos se asfixiaban.

Abel entró en la cárcel de Isla de los Pinos, donde estuvo Fidel tras el fallido asalto de Moncada y donde escribió La historia me absolverá, «aunque él estuvo en una oficina, mientras que a nosotros nos metían en galeras, muchas veces incomunicados en celdas completamente cerradas, sin agua con que lavarnos y sin asistencia médica. Aunque en ocasiones nos metían en la fosa de las aguas sucias, con nuestra propia mierda hasta el cuello, sin apenas poder soportar el hedor, y nos dejaban allí horas y más horas». Cuenta también que a veces les introducían en la celda tapiada a presos comunes, por norma general asesinos, para que los provocaran y les hicieran la vida imposible, «y así hacernos cuadrar, es decir, hacer que aceptáramos el plan de rehabilitación que nos proponían por la cual nos convertíamos en presos ordinarios, cosa que nunca aceptamos». O como también decía otro ilustre preso político, José Carreño, periodista y escritor, autor de varios libros en la cárcel, a escondidas: «Con esas prácticas de confrontación física a las que nos sometían a menudo, a las que sumaban los experimentos biológicos y psicológicos que hacían con nosotros, trataban de que colgáramos los guantes».