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Habitantes de un pequeño pueblo de Indonesia trabajan de manera artesanal en las canoas con las que salen a pescar y mantener a la familia. Una profesión y constumbre que se pierde a medida que llegan las nuevas canoas, más ligeras y de fibra, muy distintas a las que sus anteriores generaciones hacían con los troncos de árboles, que eran vaciados a mano con hachas o afilados machetes.

Tras un largo periodo de secado, las canoas tomaban forma bajo un estudiado diseño para mantenerse a flote y no volcar durante la jornada en el río. Curiosamente, y tras varias semanas de negociación con los «lugareños» más ancianos, algunas de esas canoas que muy pronto desaparecerán del paisaje de Indonesia han llegado hasta Mallorca. Pero las canoas, una docena de ellas, han llegado a la Isla con un uso muy diferente al que fueron fabricadas, pues aunque mantienen su forma y dibujos de manera impecable, éstas no volverán a navegar ya que se destinan a decorar y a ser utilizadas como botelleros. De la mano del mallorquín Juan Cabrinetti, importador para la tienda Matahari, de Palma, las canoas han causado cierta sensación por lo novedoso y lo limitado de este género. En sus laterales, e incluso en la parte inferior de la canoa, se aprecian dibujos e imágenes típicas pintadas a mano con el único objetivo de ahuyentar los males y demonios.

No hay dos canoas iguales y la necesidad económica de las familias hacen que a pesar del cariño que los pescadores les tienen, terminen vendiéndolas para comprar una más moderna y mantener a la familia durante unos meses. Pesan aproximadamente 50 kilos y miden desde 1,50 a 2,30 metros de altura. Algunas llevan incorporadas puertas y estantes, dándole otra utilidad como pequeña librería. Prácticamente se puede decir que Mallorca es el único lugar de España donde se pueden conseguir, ahora recicladas en botelleros para decoración en casas o negocios dando un toque exótico y exclusivo. En definitiva, los nuevos tiempos llegan incluso a lo más profundo de Indonesia, donde sus habitantes comercializan sus constumbres.

Julián Aguirre