23/11/06 0:00
Pedro Prieto (Miami)
Cada semana, desde que Pablo Ibar está en el corredor de la muerte, Tania, su mujer, se sube al coche y recorre los 600 kilómetros que separan su casa, en Miami, de la prisión de Starke, en Jacksonville, al norte del estado de Florida. Cada semana, haga frío o calor, llueva o nieve. Y así piensa seguir hasta que la causa se solvente. Que no será fácil, pues sobre Pablo recae una pena de muerte, según él y toda su familia así como círculo de amigos, injusta, «puesto que Pablo -asegura su suegra, Alvin- nunca pudo cometer eso, pues esa noche estuvo en mi casa, con Tania. Lo que sucede es que el abogado hizo las cosas muy mal, y ahora no nos queda más remedio que rectificar aquel error a base de pleitos y recursos».
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