Se llama María -María Dolores- y vive en Kabul con sus dos hijos y su marido. Su hermana Rosi me puso en contacto con ella. Conversamos a primeras horas de la mañana de ayer -mediodía en Kabul-, cuando sobre la capital afgana está cayendo una copiosa nevada. De fondo las risas de unos niños. Sus hijos. -¿Mucho frío, María? -¿De quién es la casa? -¿Trabaja su marido? -¿Van los niños a clase? -Está usted embarazada, tengo entendido... -¿Por qué? -¿Lleva el burca puesto? -Sin duda, la principal dificultad para salir de Kabul es el dinero, ¿no?
-Mucho frío, sí. Y en esta casa, sin calefaccion de ningún tipo, con mucha humedad a causa de las goteras, poca ropa y un colchón viejo, sin apenas lana, en el que están tumbados los chicos, más frío todavía. Es una casa alquilada, donde la vida se hace en el patio. Ahí lavamos, comemos... Hacemos de todo. Ahora no. Ahora nieva.
-Es alquilada. Pagamos 3.000 rupias afganas. Gracias a mi hermana, que me envía dinero, puedo hacer frente a los gastos. No tenemos nada de dinero. Nada. Vivimos de la comida que nos dan los vecinos, de algo que recibimos de la embajada y de lo que hemos conseguido vendiendo las alfombras, la vieja televisión, los colchones...
-No, mi marido tiene trabajo. Para un afgano que ha estado durante muchos años fuera del país, no es nada sencillo encontrar un trabajo y menos en invierno. Así que vivimos de lo que podemos.
-No. No hay escuela.
-Sí. Según mis cuentas, de seis o siete meses. No sé. No voy al médico.
-Por lo mismo. Por falta de dinero. Un médico cobra y yo no tengo para pagarle, así que me apaño como puedo.
-Ahora mismo, que estoy en casa, no. Voy de largo, con el pañuelo en la cabeza. Pero cuando salgo a la calle, por precaución, me lo pongo. Los extranjeros podemos tener problemas en Kabul. Así que sí por si acaso...
-El dinero para comprar cuatro pasajes, unos cuatro mil euros, y el visado de mi marido, sin el cual él no puede abandonar el país. Me aseguran que lo tendrá pronto, pero luego me dicen que falta un papel. Cuando se lo llevo, y parece que nos lo van a dar, resulta que falta otro. Ahora nos han dicho que en enero, ¡ojalá! Mi ilusión sería regresar pronto a Mallorca con la familia. Y si no puede llegar él con nosotros, le esperaríamos en Palma. Porque tarde o temprano tendrá el visado. Seguro. Además, en Palma, de un modo u otro, podremos trabajar los dos y los niños podrán ir a escuela. Yo no pido nada para mí, sólo que quiero volver. Sobre todo por mis hijos».
Con nieve y sin dinero
La vida en Kabul es dura para la mallorquina María y sus hijos Abdullah y Nuria
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