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Miles de personas se manifestaron ayer en Madrid y en Bilbao contra el terrorismo de ETA en unas concentraciones que han centrado la actualidad de la semana y que fueron y siguen siendo objeto de polémica. En contra de lo deseable, la unidad de los partidos no fue posible y, desafortunadamente, también se convirtió, por parte de algunos, en plataforma para lanzar sus consignas contra el Partido Popular (PP).

La decisión de los conservadores fue, ciertamente, un desacierto, toda vez que se había incluido en el lema de la movilización madrileña la palabra «libertad», como ellos reclamaban. Pero no se debe convertir una manifestación de condena de los asesinos de la banda terrorista en una movilización en contra de una fuerza democrática, aunque ésta se haya equivocado.

Los errores posteriores al trágico atentado del 30 de diciembre y el enconamiento partidista nos han abocado a una situación en la que los ciudadanos asisten perplejos a una lucha sin tregua no ya contra el auténtico enemigo de los demócratas, sino contra el rival político. Que miles de ciudadanos salieran a la calle reclamando paz y libertad evidencia que existe mayor conciencia entre éstos que en la clase política, muy desafortunada a lo largo de estos días. Como también queda clara la voluntad de los españoles y de los ecuatorianos que residen en nuestro país de exigir a ETA el fin definitivo de la violencia.

Bueno sería que se recompusiera la unidad de los principales partidos, pero, por desgracia, pese a que ambos quieren acabar con la violencia, la concepción de cómo conseguirlo parece, en estos momentos, muy distante. Como dice el refrán «en río revuelto, ganancia de pescadores». Y en estas movidas aguas, si nadie lo remedia, quién parece marcar la agenda es la banda.