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No es el primer caso de una odisea protagonizada por inmigrantes que deben permanecer a bordo de un barco en unas condiciones insalubres mientras los posibles países receptores de esa carga humana se van pasando la pelota de unos a otros y la situación a bordo de la embarcación se deteriora día a día. El caso deMarine I ha finalizado, afortunadamente, con el desembarco de más de trescientos inmigrantes subsaharianos en el puerto mauritano de Nuadibú, después de intensas negociaciones entre las autoridades del país africano y las españolas. Los enfermos serán atendidos y el resto, repatriado.

Se trata de una historia más de las muchas que genera la pobreza y la falta de recursos que padecen los países de esa área de Àfrica, que producen unas intensas migraciones hacia Europa, cuya puerta principal de entrada es, evidentemente, España.

Resulta lamentable que primen por encima de cualquier consideración humanitaria asuntos de reglamentación migratoria. Se trata a los pasajeros de esos barcos como auténticos parias que no quieren ser recibidos por nadie, por mal que estén las cosas, por más que se deterioren sus condiciones. Pero nuestro país no es el único, antes otros han vivido situaciones similares, baste recordar algunos episodios en Italia.

Es evidente que algo debe hacerse para que este constante trasiego humano cese y ello pasa, necesariamente, por dotar a los países de origen de los medios necesarios para que puedan proveerles de una vida mejor y puedan colmar, aunque sea de forma mínima, sus aspiraciones.

Pero es, además, necesario que la carga humana de una embarcación de estas características sea tratada con la consideración que merece toda vida humana, no como una mercancía peligrosa que nadie quiere.