Un doble atentado suní contra peregrinos chiíes causó ayer la muerte de al menos 90 personas, todas ellas camino de la mezquita del Imán Hussein en la ciudad de Kerbala. Este nuevo atentado, provocado por dos suicidas, es la más grave masacre que se recuerda en los últimos meses. Este brutal acto vuelve a poner en tela de juicio tanto los planes de seguridad de Estados Unidos para este país como las dificultades para conseguir en breve una paz duradera.
Pese a la confianza depositada por George Bush, presidente de Estados Unidos, Irak se ha convertido en un polvorín y el nuevo Gobierno provisional no ha podido controlar una situación hoy por hoy incontrolable. Esta última masacre se ha producido en la tercera semana de despliegue del plan de seguridad para Bagdad del Ejército estadounidense y las Fuerzas de Seguridad iraquíes para acabar con la violencia entre comunidades musulmanas en el país, un tandem que todavía no ha conseguido por el momento los resultados previtos.
En tan sólo seis días ya han muerto en Irak 223 personas, una cifra escalofriante a la que hay que poner freno antes de que se desencadene en este país una auténtica guerra civil.
A pesar de ello, Bush se agarra a un clavo ardiendo para defender lo indefendible. El presidente de EEUU habla de signos esperanzadores en Irak, deseo compartido por iraquíes y la comunidad internacional que contrasta con la barbarie que sufren a diario civiles y militares.
Irak no acaba de resurgir tras la ocupación liderada por Estados Unidos en el año 2003. Desde entonces, se encuentra inmerso en una continua escalada de violencia que, lejos de reducirse, se incrementa con el paso de los meses sin que haya atisbos de solución. Hoy por hoy, contener la imperante violencia en Irak es un objetivo y una necesidad.
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