Es una excelente noticia que la Guardia Civil vuelva a demostrar que no baja ni un minuto la guardia en su persecución de la actividad etarra con la detención de diez presuntos criminales, al parecer involucrados en las tareas previas a la preparación de atentados, que constituían el alma del 'comando Donosti'. Ha sido un alivio para la mayoría de los ciudadanos comprobar que, a pesar de treguas poco claras, de amagos de negociación y de movimientos de acercamiento al mundo abertzale, las fuerzas de seguridad continúan en lo suyo, es decir, en acorralar a los asesinos.
Y no es para menos, pues los detenidos contaban con material explosivo, con armas, con abundante documentación y con pruebas que dan muestra de su empecinamiento en proseguir con una lucha armada que no cesa desde hace cuarenta años.
Quizá parecía que el mundo radical vasco había dado tímidos pasos hacia la integración política y la normalización social, pero todo hace temer que no. Que éstos no entienden otro lenguaje que el de la violencia. Por ello -y por desgracia- sigue siendo imprescindible mantener la guardia bien alta y bien atenta, aunque políticamente se hagan gestos favorables a la solución del problema.
A las puertas de nuevas elecciones municipales y autonómicas, el barullo político parece ensordecer al resto de la sociedad, pero eso no es óbice para que policías, ertzainas y guardias civiles mantengan el cerco a ETA con los ojos tan abiertos como siempre.
Cualquier gesto de normalización o indicios de que, en efecto, el diálogo puede conducirnos hacia la paz, deberá ser bienvenido. Pero no debemos caer en el error de bajar los brazos y mirar para otro lado mientras la bestia se mantiene en su guarida a la espera del momento oportuno para atacar.
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